Que tú ¡oh San José! ocultando el milagroso parto de tu esposa virgen defendiste a su carísimo Hijo Jesús de las celadas que le habría preparado el enemigo maligno no puede negarse, sin desconocer la misión a la que venías, por disposición divina, a llenar en este mundo. Y como ayo y, en cierto modo, padre que eras de Él, le protegiste cuidadosamente y con sin igual cariño le instruiste, para que fuera creciendo ante los hombres en perfección de toda especie. Y ¿quién no ve aquí bien claros y manifiestos los diversos oficios de las dominaciones, virtudes y potestades que forman la jerarquía media? Su gloria, pues, fuerza es que tengas en el Cielo, ya que su triple ministerio cumpliste en la tierra. ¡Oh, José dulcísimo! ¿quién mirarte puede tan hermoso sin que entre en deseos de servirte?
JACULATORIA. Enséñame a proteger mi corazón contra los malignos ataques del infernal enemigo. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario