Alúmbrame, buen Jesús, con la claridad de tu eterna lumbre, y saca de mi corazón toda niebla. Refrena las muchas vaguedades y quebranta las tentaciones que me hacen fuerza. Pelea fuertemente por mí y vence las malas bestias, que son los deseos halagüeños, para que se haga paz en tu virtud, y la abundancia de tu loor suene en el santo palacio, que es la limpia conciencia. Manda a los vientos y a la tempestad, y di al mar que se sosiegue, y al cierzo que no sople, y será gran bonanza.
Envía tu luz y tu verdad que vengan sobre mí, porque soy tierra vana y vacía hasta que Tú me alumbres. Derrama de arriba tu gracia y riega mi corazón: suminístrame las aguas de la devoción para regar la superficie de la tierra y produzca fruto bueno y perfecto. Levanta el alma cargada del peso de los pecados y ocupa todo mi deseo en cosas celestiales; porque, gustada la suavidad de la felicidad eterna, me descontente todo lo terreno.
Arrebátame y líbrame de toda pasadera consolación de las criaturas, porque ninguna cosa creada basta para consolar y sosegar cumplidamente mi apetito. Júntame a Ti con un nudo de puro amor inseparable, porque Tú solo bastas al que te ama y sin Ti todas las cosas son desgraciadas.
Del libro "Imitación de Cristo" de Tomás de Kempis.
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