Cuando ya ha muerto el sol; cuando aún sus huellas
las cumbres pintan de purpúreas gasas;
cuando el Ángelus llena de oraciones
los templos y las almas;
cuando los tristes álamos del río
parece que se acuestan en el agua
por el fondo que finge en la corriente
la luna plateada;
cuando el ciprés medroso y solitario
más bien parece aterrador fantasma
al asomar su aguja melancólica
del huerto por las tapias;
cuando perfuman el sereno ambiente
trémulas al abrir las pasionarias,
y hasta parece que las hojas rezan
y llora la campana,
un ángel con dulcísima sonrisa
desciende a la bohardilla y al alcázar,
y el lecho del monarca y del mendigo
defiende con sus alas.
Es el ángel que ruega por nosotros,
el que se sienta al pie de nuestra cama,
el ángel de la noche y del silencio,
¡el Ángel de la Guarda!
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