Yo me abandono, oh Dios, en tus manos. Moldea esta arcilla como el barro en manos del alfarero y después destrúyela, si quieres, como fue destruida la vida de mi hermano John.
Pídeme, mándame, ¿qué quieres que haga? Ensalzado, humillado, perseguido, incomprendido, calumniado, sufriendo, inútil para todo, solo me queda decir como tu Madre: "Hágase en mí según tu palabra".
Dame el amor por excelencia, el amor de la cruz, no de cruces heroicas que alimentarían mi amor propio, sino de aquellas cruces vulgares que desgraciadamente llevo con repugnancia, de aquellas cruces con las que me encuentro cada día: en la contradicción, en la derrota, en los falsos juicios, en la frialdad, en el rechazo y en el desprecio de los otros, en el malestar y en los defectos de mi cuerpo, y en el silencio y sequedad del corazón. Entonces sabrás que te amo y, aunque yo no lo sepa, eso me basta.
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