En mis noches de angustia y de tristeza
has sido Tú mi alivio, Jesús mío,
cuando ya deprimido, triste y frío
tu consuelo ofreciste a mi flaqueza.
Solo Tú, mi divina fortaleza,
amante eres y auxilio en mi extravío,
el único que con tu poderío
ahuyentas el pavor de mi cabeza.
¿Qué dicha encontrará ningún humano
lejos de Ti en afán desesperado,
que próvido no dé tu amor sagrado?
En Ti camino, mi celeste hermano,
de estúpidas querellas despojado,
radiante al gran final que Tú has forjado.
Amante y esforzado,
mi vida robusteces con tu aliento
y solo a Ti se rinde el pensamiento.
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