Si una espina me hiere, me aparto de la espina,
pero no la aborrezco.
Cuando la mezquindad envidiosa en mí
clava los dardos de su inquina,
esquívase en silencio mi planta, y se encamina
hacia más puro ambiente de amor y caridad.
¿Rencores? ¿De qué sirven?
¿Qué logran los rencores?
Ni restañan las heridas, ni corrigen el mal.
Mi rosal tiene apenas tiempo para dar flores,
y no prodiga savias en pinchos punzadores;
si pasa mi enemigo cerca de mi rosal,
se llevará las rosas de más sutil esencia,
y si notare en ellas algún rojo vivaz,
será el de aquella sangre que su malevolencia
de ayer vertió, al herirme con encono y violencia,
y que el rosal devuelve, trocada en flor de paz.
No hay comentarios:
Publicar un comentario