Primero la niñez dulce y serena
sin inquietud ni pena,
resbalando entre juegos y sonrisas;
¡puro y naciente albor, fresco capullo,
indescifrable arrullo
de hojas y ramas, pájaros y brisas!
Feliz, después, la juventud despierta
como la flor abierta.
Y perfuma de amor los corazones:
¡Ardiente claridad, fijo deseo,
misterioso aleteo
de sueños, de esperanzas, de ilusiones.
Luego la vejez, triste y sombría
como nublado día.
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