Hermosa Señora de la Alborada, afable corazón del firmamento, que inspiras con tu rostro el sentimiento de los corazones carentes de mirada.
Tú alumbraste la esperanza soñada y viste resignada, sin aliento, morir para afirmar su nacimiento al niño que engendraste como nada.
Eres la luz que aflora de la vida, la estrella donde emana la verdad que con devoción sana nuestra herida.
Fuiste la mujer por Dios elegida, para mantener la virginidad, la pureza que en ti es distinguida.
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