Señor, al despertar y tomar conciencia de la presencia en mi vida, invoco tu poderosa fuerza para que me llenes de tu serenidad y de paz para enfrentar todos los retos que hoy me tocará vivir.
Te doy gracias porque me has regalado libertad, por hacerme una persona libre para buscarte a diario, seguir tus caminos y superar las dificultades y obstáculos cuando voy de tu mano, porque junto a Ti todos mis miedos desaparecen y siento que puedo avanzar.
Dios mío, ser discípulo de tu amor requiere desprendimiento, renuncia y seguimiento fiel. Por eso, en adelante, quiero vivir desprendido de todo, y aunque sé que soy débil cuento con tu amor de Padre que no me deja abandonado a mi suerte, y con tu bendición.
No quiero volver atrás y retomar lo que he dejado, pues en Ti he encontrado tesoros imposibles de describir, una inmensa felicidad y un gozo inigualable que conforta el alma y la llena de dicha y prosperidad.
Sé que seguirte tiene sus exigencias, pero más allá de eso hay una gran recompensa: disfrutar de tu amistad, la amistad de un Dios enamorado que ilumina todo sendero y disipa toda tiniebla.
Tú eres el Dios de la ternura, mi acompañante eterno, el Dios Padre proveedor que siempre me espera en la reconciliación para estrecharme en sus brazos amorosos y fundirnos en un regocijo de amor. Tú, Señor, eres un Dios compasivo y bondadoso, lento para el enojo, rico en amor y fidelidad.
¡Cuánto te amo, Señor! Ayúdame a vivir ese desprendimiento para que, como hijo, pueda glorificarte en mis acciones y proyectos, en mis labios, en mi mente y en mi corazón.
Gracias por amarme y llenarme de tu alegría, por darme la certeza de que soy valioso y a tu lado puedo conquistar todos mis sueños.
Ven, amado mío, y derrama todas tus bendiciones sobre mí, y con la ayuda de los dones de tu Espíritu Santo, guíame por el camino de la verdad, la vida y el amor.
Confío en Ti. Amén.
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