El alma debe evitar todos los pecados veniales, especialmente los que abren camino al pecado grave. Oh alma mía, no basta desear firmemente, antes sufrir la muerte que cometer un pecado grave. Es necesario tener resolución semejante en relación al pecado venial. Quien no encuentra en sí esta voluntad no puede sentirse seguro. No hay nada que nos pueda dar tal certeza de salvación eterna que una preocupación constante en evitar el pecado venial, por insignificante que sea, y un celo decidido y general, que alcance todas las prácticas de la vida espiritual, celo en la oración y en las relaciones con Dios, celo en la mortificación y en la negación de los apetitos, celo en obedecer y en renunciar a la propia voluntad, celo en el amor de Dios y del prójimo. Para alcanzar este celo y conservarlo, debemos querer firmemente evitar siempre los pecados veniales, especialmente los siguientes:
1. El pecado de dar entrada en el corazón, cualquier sospecha no razonable u opinión injusta respecto al prójimo.
2. El pecado de iniciar una conversación sobre los defectos del otro o de faltar a la caridad de cualquier otra manera, aunque sea levemente.
3. El pecado de omitir, por pereza, nuestras prácticas espirituales o de cumplirlas con negligencia voluntaria.
4. El pecado de mantener un afecto desordenado por alguien.
5. El pecado de tener demasiada autoestima por sí mismo o de demostrar satisfacción vana por cosas que nos dicen al respecto.
6. El pecado de recibir los Santos Sacramentos de forma descuidada, con distracciones y otras irreverencias y sin preparación seria.
7. Impaciencia, resentimiento, rechazo en aceptar decepciones como venidas de la mano de Dios, porque esto pone obstáculos en los caminos de los decretos y disposiciones de la divina Providencia, en cuanto a nosotros.
8. El pecado de proporcionarnos una ocasión que pueda, aunque remotamente, manchar una condición inmaculada de la santa pureza.
9. El pecado de esconder a propósito nuestras malas inclinaciones, flaquezas y mortificaciones autoimpuestas, de quien debería saber de ellas, queriendo seguir el camino de la virtud, de acuerdo con los caprichos individuales y no según la dirección de la obediencia. (Nota: Se habla aquí de situaciones en que encontramos consejo digno, si lo buscamos, pero nosotros, a pesar de eso, preferimos seguir nuestras propias luces, no obstante flojas).
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