¡Qué perla conozco!
¡Qué perla más fina!
Si mercader fuese,
por ella daría
el oro de Ofir,
la plata de India.
Mas ya que no soy
mercader, daría
mis bellos ensueños,
mi voz y mi guitarra;
daría mi sangre,
daría mi vida.
Si comprarla puedo,
llevaré esa insignia,
mas no sobre el brazo
como una malilla,
sino sobre el pecho
cual ramo de mirra.
¡Oh, quién me lo abriera
cual concha marina
para cerrar dentro,
como en una arquilla,
la perla sin precio
de la Eucaristía.
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