miércoles, 11 de diciembre de 2024

MIÉRCOLES II DE ADVIENTO C


Buenos días. Durante el destierro, el pueblo judío vive el dolor y le flaquea la fe (“Al Señor no le importa mi destino”) pero les dirá el profeta, en nombre De Dios: “Los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como águila, corren y no se fatigan, caminan y no se cansan”. San Mateo hoy nos expresa esa misma idea, cuando en la vida nos sentimos abrumados por las cargas, debemos poner en Dios la confianza y Él nos dará alas y nos convertirá la carga en ligera, pero siempre que lo vivamos con humildad y no con la soberbia de creer que solos podemos cargar la cruz; para eso ha venido Él al mundo. Seamos buenos y humildes de corazón y encontraremos el descanso de Dios.



1ª Lectura (Is 40, 25-31): «¿Con quién podréis compararme, quién es semejante a mi?», dice el Santo. Alzad los ojos a lo alto y mirad: ¿quién creó esto? Es él, que despliega su ejército al completo y a cada uno convoca por su nombre. Ante su grandioso poder, y su robusta fuerza, ninguno falta a su llamada. ¿Por qué andas diciendo, Jacob, y por qué murmuras, Israel: «Al Señor no le importa mi destino, mi Dios pasa por alto mis derechos»? ¿Acaso no lo sabes, es que no lo has oído? El Señor es un Dios eterno que ha creado los confines de la tierra. No se cansa, no se fatiga, es insondable su inteligencia. Fortalece a quien está cansado, acrecienta el vigor del exhausto. Se cansan los muchachos, se fatigan, los jóvenes tropiezan y vacilan; pero los que esperan en el Señor renuevan sus fuerzas, echan alas como las águilas, corren y no se fatigan, caminan y no se cansan.



Texto del Evangelio (Mt 11, 28-30): En aquel tiempo, respondiendo Jesús, dijo: «Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso. Tomad sobre vosotros mi yugo, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas. Porque mi yugo es suave y mi carga ligera».



“Venid a mi todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré” (Mt 11, 28-30)

Pues hacia Ti vamos, Señor Jesús, porque somos de ese grupo que andamos, de vez en cuando, cansados y agobiados. Cansados por el ritmo de trabajo, por las tareas cotidianas, por nuestros compromisos irrenunciables, por las cruces propias y ajenas, por la rutina que pide a gritos un respiro. Agobiados por nuestra falta de coherencia, por nuestra ridícula denuncia de la injusticia, por nuestras debilidades, cegueras y mediocridad en tu seguimiento.

Señor Jesús, cansados y agobiados de no llegar a todo ni a todos, de no terminar de poner en marcha iniciativas que son más que necesarias, de sentir que nos flaquean las fuerzas y las ideas… Cansados y agobiados porque no tenemos tiempo para lo importante, porque no entendemos como quisiéramos, porque nos hacen daño ¡tantas cosas!

Y así venimos hoy a Ti, Señor Jesús, sabedores de que nuestros cansancios y agobios no son nada comparado con lo que otros viven y padecen a nuestro alrededor.

Señor Jesús, aumenta nuestra fe. Fortalece nuestra esperanza. Despierta nuestra caridad. Aliviamos, Señor Jesús. 

Así te lo pido. Así sea.






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