jueves, 5 de noviembre de 2015

LETANÍAS DE LA SAGRADA FAMILIA


Señor, ten piedad de nosotros.
Jesucristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
Jesucristo, óyenos.
Jesucristo, escúchanos.
Dios Padre, que estás en los cielos, ten piedad de nosotros.
Dios Hijo, redentor del mundo, ten piedad de nosotros.
Dios Espíritu Santo, ten piedad de nosotros.
Trinidad santísima, que eres un solo Dios, ten piedad de nosotros.
Jesús, salvador del mundo, ten piedad de nosotros.
Jesús, hijo de María, nuestro amable hermano, ten piedad de nosotros.
Jesús, tesoro y delicias de la Sagrada Familia, ten piedad de nosotros.
Santa María, Reina de los cielos, ruega por nosotros.
Santa María, madre de Jesús y nuestra cara madre, ruega por nosotros.
Santa María, ornamento y gozo de la Sagrada Familia, ruega por nosotros.
San José, padre putativo de Jesús, ruega por nosotros.
San José, casto esposo de María, ruega por nosotros.
San José, guía y apoyo de la Sagrada Familia, ruega por nosotros.
Sagrada Familia, bajo la protección de la cual nos hemos consagrado a Dios, estad siempre con nosotros.
Sagrada Familia, que hemos tomado por modelo, estad siempre con nosotros.
Sagrada Familia, querida del Padre Celestial, estad siempre con nosotros.
Sagrada Familia, conducida por el Espíritu Santo, estad siempre con nosotros.
Sagrada Familia, santificada por la presencia del Hijo de Dios, estad siempre con nosotros.
Sagrada Familia, resplandeciente a los ojos del Eterno, estad siempre con nosotros.
Sagrada Familia, terror del infierno, estad siempre con nosotros.
Sagrada Familia, asilo de todas las virtudes, estad siempre con nosotros.
Sagrada Familia, santuario de la Divinidad, estad siempre con nosotros.
Sagrada Familia, tabernáculo de Dios vivo, estad siempre con nosotros.
Sagrada Familia, oscura e ignorada sobre la Tierra, estad siempre con nosotros.
Sagrada Familia, pobre y laboriosa, estad siempre con nosotros.
Sagrada Familia, humilde y penitente, estad siempre con nosotros.
Sagrada Familia, modelo de paciencia y de resignación, estad siempre con nosotros.
Sagrada Familia, gloriosa en las tribulaciones, estad siempre con nosotros.
Sagrada Familia, venerada de los pastores, estad siempre con nosotros.
Sagrada Familia, honrada por los Magos, estad siempre con nosotros.
Sagrada Familia, por Herodes perseguida, estad siempre con nosotros.
Sagrada Familia, por los judíos despreciada, estad siempre con nosotros.
Sagrada Familia, admiración de los patriarcas, estad siempre con nosotros.
Sagrada Familia, de los ángeles respetada, estad siempre con nosotros.
Sagrada Familia, ejemplo de todos los Santos, estad siempre con nosotros.
Sagrada Familia, decoro de la celestial Jerusalén, estad siempre con nosotros.
Sednos propicia, os lo rogamos, oídnos.
Socorrednos en todos los peligros de alma y cuerpo, os lo rogamos, oídnos.
Sed nuestro refugio contra los males que nos aquejan, os lo rogamos, oídnos.
Sed nuestra fuerza en los combates y pruebas, os lo rogamos, oídnos.
Sednos un muro contra los ataques del enemigo de nuestra salud, os lo rogamos, oídnos.
Sed nuestra esperanza en nuestra vida y nuestro consuelo en la hora de la muerte, os lo rogamos, oídnos.
Sed la poderosa protectora de aquellos que os invocan con una verdadera confianza, os lo rogamos, oídnos.
Sed la mediadora de aquellos que mueren en el Señor y la abogada de los pecadores acerca del Soberano Juez, os lo rogamos, oídnos.
Sed la libertadora de las almas detenidas en el purgatorio y la salud de aquellos que esperan en vos, os lo rogamos, oídnos.
Sed siempre el sostén de los débiles y la ayuda de los imperfectos, os lo rogamos, oídnos.
Sed siempre la protectora de nuestra Sociedad, os lo rogamos, oídnos.
Sed siempre el espejo de los justos y el tesoro de los fieles, os lo rogamos, oídnos.
Sed siempre la consoladora de los afligidos y el refugio de los verdaderos cristianos, os lo rogamos, oídnos.
Sed siempre el apoyo y la defensa de aquellos que se han consagrado a vuestro servicio, os lo rogamos, oídnos.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, perdónanos, oh Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, escúchanos, oh Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, ten piedad de nosotros.
V. Sagrada Familia, sed glorificada en todos los siglos.
R. Reinad para siempre en todos los corazones.

                                                         ORACIÓN
Divino Salvador, bendice todas nuestras obras; recompensa de una manera digna de Ti a todos los que contribuyen a su suceso. Concede la paz y la vida eterna a nuestros hermanos y hermanas que han muerto. Concede también a tus fieles y siervos sobre la tierra las gracias que les son necesarias para la conversión de los pecadores, la santificación de los justos y aumento de tu Sagrada Familia, a fin de que seas conocido y glorificado de todas las criaturas con María y José; y a fin de que reines en todos los corazones ahora y siempre, oh Tú que vives y reinas con Dios Padre en unidad del Espíritu Santo por todos los siglos de los siglos. Amén.


ORACIÓN A SAN MARTÍN DE PORRES


Señor Nuestro Jesucristo, que dijiste "pedid y recibiréis", humildemente te suplicamos que, por la intercesión de san Martín de Porres, escuches nuestros ruegos.
Renueva, te suplicamos, los milagros que por su intercesión durante su vida realizaste, y concédenos la gracia que te pedimos si es para bien de nuestra alma. Así sea.
__________

PARA PEDIR UN FAVOR 

En esta necesidad y pena que me agobia acudo a ti, mi protector san Martín de Porres. Quiero sentir tu poderosa intercesión. Tú, que viviste solo para Dios y para tus hermanos, que tan solícito fuiste en socorrer a los necesitados, escucha a quienes admiramos tus virtudes. Confío en tu poderoso valimiento para que, intercediendo ante el Dios de bondad, me sean perdonados mis pecados y me vea libre de males y desgracias. Alcánzame tu espíritu de caridad y servicio para que amorosamente te sirva entregado a mis hermanos y a hacer el bien. Padre celestial, por los méritos de tu fiel siervo san Martín, ayúdame en mis problemas y no permitas que quede confundida mi esperanza. Te lo pedimos por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.

domingo, 25 de octubre de 2015

DIVINOS MISTERIOS Y RITOS DEL SANTO SACRIFICIO DE LA MISA

    El venerable sacrificio de la Misa es una representación y reiteración del sacrificio del Calvario que Jesucristo instituyó en la noche antes de su sagrada pasión y muerte para recordar a todos el amor inmenso con que murió por los hombres en el patíbulo de la Cruz. Este perpetuo y adorable sacrificio es el alma de nuestra religión, es el gran pacto de alianza entre Dios y los hombres y el único holocausto de la ley de gracia que ha de durar hasta la consumación de los tiempos. Cuando cese el sacrificio de la Misa, habrá llegado el fin del mundo.
    Todas las cosas de este divino sacrificio tienen sublime y misteriosa significación.
    El altar representa el monte Calvario donde el Salvador del mundo consumó el gran misterio de nuestra Redención. Es en el altar donde Jesús es crucificado y donde resucita como primicia del rescate de nuestro cuerpo, alma y espíritu. Por lo tanto, el altar también es la representación de Jesús resucitado.
    El altar es el centro de la celebración eucarística de la Misa. Por eso se saluda al altar en diversas ocasiones o cuando se pasa delante de él, ya sea para trasladadarse en el Templo, para proclamar alguna lectura bíblica, etc. Es besado por los sacerdotes y diáconos al comenzar la celebración litúrgica, y por quien preside al finalizar.
    El crucifijo que se levanta sobre el altar o a su lado y mirando al Pueblo nos dice que allí se representa y renueva el sacrificio de la cruz, que Jesús dio su vida por nosotros y que vamos a resucitar como Él.
    Los cirios encendidos no solo sirven de esplendor, sino que también significan la luz de Cristo, que alumbró a los hombres sentados en tinieblas y sombras de muerte.
    El misal, donde lee el sacerdote las oraciones y los Evangelios, representa el sagrado depósito de la verdadera fe y piedad cristiana que Cristo confió a su Iglesia.
    El cáliz y la patena son vasos sagrados y preciosos que representan la limpieza y santidad de los fieles que han de recibir el cuerpo y la sangre de Jesucristo.
    El pan y el vino, los alimentos más conocidos, significan que la Sagrada Eucaristía es el verdadero y divino alimento de nuestras almas.
    Son también misteriosos recuerdos de la Pasión del Señor todas las vestiduras sacerdotales.
    El amito representa aquel lienzo o pañuelo con que los sayones cubrieron el rostro de Jesucristo cuando le daban bofetadas, diciéndole "adivina quién te hirió".
    El alba significa la vestidura blanca que le puso Herodes cuando le hizo pasar como hombre loco.
    El cíngulo representa la cuerda con que fue atado el Señor cuando le prendieron en el huerto de Getsemaní y le llevaron preso a diversos tribunales de Jerusalén.
    El manípulo nos recuerda los cordeles con que le ataron a la columna cuando en el pretorio de Pilatos fue inhumanamente azotado.
    La estola significa la soga que le echaron al cuello cuando llevó la cruz a cuestas en el camino del Calvario.
   La casulla significa la púrpura que le pusieron los soldados cuando le coronaron como Rey de burlas y también la túnica ensangrentada de la que le desnudaron para clavarle en la cruz.

    Sobre los ritos de la misa los más frecuentes son:
    La señal de la cruz la hace el sacerdote unas veces para bendecir las cosas que usa en el santo sacrificio y otras veces sobre la hostia y el cáliz ya consagrados porque allí está presente la misma Víctima sacrosanta que fue inmolada en la cruz por nuestros pecados.
    La genuflexión la hace el sacerdote como reverencia a la divina Majestad de Jesucristo que tiene ya presente desde el momento solemne de la Consagración.
    La elevación de los ojos al cielo la hace el sacerdote imitando a nuestro Señor, que estando clavado en la cruz levantó los ojos a su Eterno Padre para rogar por los mismos que le estaban crucificando.
    La unión de las manos la hace el sacerdote en algún paso de la Misa que pide una gran devoción y recogimiento. 
    El beso al altar u a otros objetos sagrados lo hace el sacerdote manifestando así su amor y gran aprecio de todas las cosas que sirven al divino sacrificio o representan de algún modo tan augusto Misterio.

EL PERRO FIEL


Una pareja de jóvenes llevaba varios años casados y no habían podido tener hijos. Para no sentirse solos, compraron un cachorro y lo querían como si fuera su propio hijo. El cachorro creció hasta convertirse en un grande y hermoso perro; salvó en más de una ocasión a la pareja de ser atacada por ladrones. Siempre fue muy fiel, quería y defendía a sus dueños contra cualquier peligro.
Después de siete años de tener al perro, la pareja logró tener el hijo tan ansiado. La pareja estaba muy contenta con su nuevo hijo y disminuyeron las atenciones con el perro. Este se sintió relegado y comenzó a sentir celos del bebé y ya no era el perro tan cariñoso y fiel que tuvieron durante siete años.
Un día la pareja dejó al bebé plácidamente durmiendo en la cuna y fueron a la terraza a tomar café. Cuál no sería su sorpresa cuando se dirigieron al cuarto del bebé y vieron al perro por el pasillo con la boca terriblemente ensangrentada, moviéndoles la cola. El dueño del perro pensó lo peor, sacó un arma y en el acto mató al perro. Corrió al cuarto del bebé y encontró en el suelo una gran serpiente venenosa degollada. El dueño comenzó a llorar y exclamó: ¡He matado a mi perro fiel!
¿Cuántas veces hemos juzgado injustamente a las personas? Y lo que es peor, las juzgamos y condenamos sin investigar a qué se debe su comportamiento, cuáles son sus pensamientos y sentimientos. Muchas veces las cosas no son tan malas como parecen, sino todo lo contrario. La próxima vez que nos sintamos tentados a juzgar y condenar a alguien recordemos la historia del perro fiel, así aprenderemos a no levantar falsos juicios de condena contra una persona hasta el punto de poder llegar a dañar su imagen ante los demás.

domingo, 18 de octubre de 2015

EPÍCLESIS DE CONSAGRACIÓN Y DE COMUNIÓN


La Iglesia, por medio de determinadas invocaciones, implora la fuerza del Espíritu Santo para que los dones que han presentado los hombres queden consagrados, es decir, se conviertan en el Cuerpo y Sangre de Cristo, y para que la víctima inmaculada que se va a recibir en la Comunión sea para salvación de quienes la reciban.

EPÍCLESIS DE CONSAGRACIÓN


El sacerdote, imponiendo sus manos sobre las ofrendas, pide al Espíritu Santo que, así como obró la encarnación del Hijo en el seno de la Virgen María, descienda ahora sobre el pan y el vino, y realice la transubstanciación de estos dones ofrecidos en sacrificio, convirtiéndolos en cuerpo y sangre del mismo Cristo: 
"Santo eres en verdad, Padre, y con razón te alaban todas las criaturas... Por eso, te suplicamos que santifiques por el mismo Espíritu estos dones que hemos preparado para Ti, de manera que sean cuerpo y sangre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro”.


EPÍCLESIS DE COMUNIÓN


Esta invocación pide al Espíritu divino que realice el Cuerpo místico de Cristo, que es la Iglesia: «Para que, fortalecidos con el cuerpo y la sangre de tu Hijo y llenos de su Espíritu Santo, formemos en Cristo un solo cuerpo y un solo espíritu. Que Él (el Espíritu Santo) nos transforme en ofrenda permanente”. 

lunes, 12 de octubre de 2015

PECOS BILL









                            

DEPRECACIONES A JESÚS CRUCIFICADO PARA QUE POR SU PASIÓN Y MUERTE NOS LIBRE DE LA MUERTE ETERNA

    He considerado, Señor, la morada que creó tu ira omnipotente, para castigar la rebeldía de los ángeles y de los hombres; y asombrado, confuso y lleno de terror me arrojo a los pies de tu santa cruz, implorando tu misericordia infinita para que me libre de caer en los espantosos tormentos del infierno.
    De aquellas tinieblas oscurísimas en que yacen sepultados los réprobos, y de aquella noche lóbrega y sempiterna: Por tu pasión y muerte líbrame, dulcísimo Jesús.
    De aquel perpetuo llanto y crujir de dientes, con que se lastiman los condenados, heridos por el rayo de tu justicia omnipotente: Por tu pasión y muerte líbrame, dulcísimo Jesús.
    De aquel gusano roedor de la conciencia que siempre estará devorando las entrañas de lo réprobos, recordándoles la causa de su eterna condenación: Por tu pasión y muerte líbrame, dulcísimo Jesús.
    De aquella mala compañía de los demonios atormentadores, y de aquella maldecida sociedad de todos los réprobos: Por tu pasión y muerte líbrame, dulcísimo Jesús.
    De aquella horrible lamentación, que resuena perpetuamente en la espantosa cárcel de tu eterna justicia, donde todos se maldicen y te maldicen a Ti con infernales blasfemias: Por tu pasión y muerte líbrame, dulcísimo Jesús.
    De aquella furiosa desesperación con que padecen los condenados, encerrados para siempre en los abismos: Por tu pasión y muerte líbrame, dulcísimo Jesús.
    De aquellas llamas devoradoras, encendidas por tu ira omnipotente, que son el instrumento de tu eterna justicia en los infiernos: Por tu pasión y muerte líbrame, dulcísimo Jesús.
    De aquellos horrendos suplicios con que cada uno de los réprobos es castigado en lo mismo que pecó: Por tu pasión y muerte líbrame, dulcísimo Jesús.
    De aquella espantosa eternidad, que ha de durar por siglos infinitos: Por vuestra pasión y muerte líbrame, dulcísimo Jesús.
    De aquellas mortales agonías y de aquella horrible y sempiterna muerte: Por tu pasión y muerte líbrame, dulcísimo Jesús.

                                                Oración
    Oh Dios de infinita justicia y misericordia, que para darnos la vida eterna has muerto en el patíbulo de la cruz, imprime en mi alma vivos sentimientos de santo amor y temor, para que cesando de ofenderte comience a vivir de tal suerte que en lugar de glorificar tu justicia en las penas del infierno, pueda celebrar tu bondad y misericordia en la patria de los escogidos. Amén.





LO PRINCIPAL (Enrique Jordá)


    Cuenta la leyenda que una mujer pobre con un niño en los brazos, pasando delante de una caverna, escuchó una voz misteriosa que salía de adentro y le decía: "Entra y toma lo que desees durante cinco minutos, pero no te olvides de lo principal, después de ese tiempo la puerta se cerrará para siempre, por lo tanto aprovecha la oportunidad, pero no te olvides de lo principal..." La mujer entró en la caverna y encontró joyas, monedas de oro y muchas riquezas. Fascinada por lo que veía, dejó al bebé en el suelo y empezó a juntar ansiosamente todo lo que podía en su delantal y empezó a hacer viajes de dentro a fuera de la gruta, sin parar. La voz misteriosa habló nuevamente: "Tienes solo cuatro minutos..." Cuando se terminó el tiempo, la mujer, cargada de oro y piedras preciosas, estaba fuera de la cueva y la puerta se cerró, pero su niño se había quedado dentro y la puerta estaba cerrada para siempre... La riqueza no duró mucho, pero la desesperación toda la vida.
    Lo mismo ocurre, a veces, con nosotros. Tenemos unos 80 años para vivir en este mundo, y una voz siempre nos advierte "no olvides lo principal"... Y lo principal son los valores espirituales, Dios, la oración, la familia, los amigos, la vida. Pero la ganancia, el dinero, el trabajo, los placeres materiales nos fascinan tanto que lo principal siempre lo dejamos de lado... Así agotamos nuestro tiempo aquí y dejamos a un lado lo esencial: "Los tesoros del alma". El tiempo pasa; ¡la eternidad se acerca! y Dios quiera que no tengamos que arrepentirnos eternamente por haber descuidado lo principal.

miércoles, 30 de septiembre de 2015

DEPRECACIONES A LA VIRGEN SANTÍSIMA, MADRE DEL ETERNO JUEZ

    Oh Madre de misericordia, yo me arrojo a vuestros pies, avergonzado y confuso por mis pecados, y temblando de horror por el riguroso juicio que me espera después de mi muerte.
    Temo aquel paso tremendo de esta vida a la otra, cuando mi alma entre por vez primera en aquellas regiones oscuras de la eternidad y en aquel nuevo mundo, donde es glorificada la infinita Bondad y la eterna Justicia de Dios: y ¿qué suerte me ha de caber allí para siempre? Oh Madre de misericordia, rogad por mí, miserable pecador.
    Temo aquel espantoso Tribunal, donde ha de comparecer mi alma, y donde me he de ver solo frente a frente de todo un Dios para ser juzgado: ¿y qué va a ser de mí en aquel riguroso juicio? Oh Madre de misericordia, interceded por mí, miserable pecador.
    Temo la sabiduría infinita del soberano Juez, porque es testigo de todas mis obras, palabras y pensamientos; y ¿qué podré responderle si Él me acusa? Oh Madre de misericordia, interceded por mí, miserable pecador.
    Temo la rectitud inflexible de aquella divina Justicia que no se tuerce por el favor ni por el interés, sino que pesa en perfectísima balanza las obras de los hombres, para dar a cada uno lo que ha merecido: y ¿en dónde están mis buenas obras y merecimientos? Oh Madre de misericordia, interceded por mí, miserable pecador.
    Temo el poder omnipotente del supremo Juez, y desmaya mi corazón al solo pensamiento de que puede condenarme. Y si Él me condena ¿quién podrá ya librarme? Oh Madre de misericordia, interceded por mí, miserable pecador.
    Temo la terrible acusación del maligno espíritu, y me lleno de espanto viendo que podrá decir de mi vida que ha sido una cadena de iniquidades y pecados. Y ¿cómo me defenderé de los cargos que me haga? Oh Madre de misericordia, interceded por mí, miserable pecador.
    Temo mi propia conciencia, agitada como las olas del mar y conturbada por los remordimientos, testimonios irrefragables de mi vida culpable. Y ¿qué podré replicar a las voces de mi propia conciencia? Oh Madre de misericordia, interceded por mí, miserable pecador.
    Temo aquel examen tan riguroso que se ha de hacer de todos los días y actos de mi vida, del tiempo de mi niñez, del tiempo de mi mocedad, del tiempo de mi edad adulta, de los pecados que he cometido, de los que ocasioné con mis escándalos, de los que no impedí pudiendo estorbarlos, de las buenas obras mal hechas, y de las que dejé de hacer por negligencia culpable: y ¿cuál será la cuenta que podré dar a mi Dios? Oh Madre de misericordia, interceded por mí, miserable pecador.
    Temo la misma defensa de mi Ángel Custodio, que tal vez, triste y lloroso apenas podrá responder y volver por mí: y solo podrá oponer a la terrible acusación del demonio una penitencia poco sincera de mis gravísimas culpas y algunas obras buenas llenas de defectos y desagradables a los purísimos ojos de Dios: y ¿qué será de mí si el Ángel de mi guarda me desampara? Oh Madre de misericordia, interceded por mí, miserable pecador.
    Temo finalmente la sentencia inapelable del Eterno Juez, y se estremecen mis carnes de horror al considerar que si me halla indigno de entrar en la mansión celestial de los Justos me arrojará para siempre de su presencia, y fulminará contra mí el espantoso anatema de la eterna reprobación. No lo permitáis, oh Madre de bondad, y por las entrañas de vuestra misericordia, oid las súplicas de un pecador arrepentido que clama a Vos diciendo: Oh Madre de misericordia, interceded por mí, miserable pecador.

                                                                            Oración
    Oh piadosísima Virgen María, madre y refugio de los pecadores, a quien el Dios de las venganzas cedió el imperio de la misericordia; ya que en aquel riguroso Juicio no podré acudir a vuestra intercesión, os suplico ahora que me alcancéis la gracia de una sincera penitencia, y de una perfecta enmienda de mi vida, a fin de que al comparecer después de mi muerte ante el divino tribunal, merezca una sentencia favorable de eterna salvación. Por los méritos de vuestro Hijo, nuestro Señor, que en unión del Padre y del Espíritu Santo, vive y reina por todos los siglos de los siglos. Amén.

viernes, 11 de septiembre de 2015

ORACIONES DE SAN IGNACIO DE LOYOLA

Toma, Señor y recibe toda mi libertad, mi memoria, mi entendimiento y toda mi voluntad, todo mi haber y mi poseer. Tú me lo diste, a Ti, Señor, lo torno. Todo es tuyo, dispón a toda tu voluntad. Dame tu amor y gracia, que esta me basta.
                                                 
                                                                                                      ***********

ANIMA CHRISTI

Alma de Cristo, santifícame. Cuerpo de Cristo, sálvame. Sangre de Cristo, embriágame. Agua del costado de Cristo, purifícame. Pasión de Cristo, confórtame. ¡Oh mi buen Jesús!, óyeme. Dentro de tus llagas, escóndeme. No permitas que me aparte de Ti. Del maligno enemigo, defiéndeme. En la hora de mi muerte, llámame, y mándame ir a Ti para que con los santos te alabe, por los siglos de los siglos. Amén.

martes, 1 de septiembre de 2015

EL GATO CON BOTAS (Charles Perrault)

Un molinero dejó como única herencia a sus tres hijos, su molino, su burro y su gato. El reparto fue bien simple: no se necesitó llamar ni al abogado ni al notario. Habrían consumido todo el pobre patrimonio. El mayor recibió el molino, el segundo se quedó con el burro, y al menor le tocó solo el gato. Este se lamentaba de su mísera herencia:
—Mis hermanos, decía, podrán ganarse la vida convenientemente trabajando juntos; lo que es yo, después de comerme a mi gato y de hacerme un manguito con su piel, me moriré de hambre.
El gato, que escuchaba estas palabras, pero se hacía el desentendido, le dijo en tono serio y pausado:
—No debéis afligiros, mi señor, no tenéis más que proporcionarme una bolsa y un par de botas para andar por entre los matorrales, y veréis que vuestra herencia no es tan pobre como pensáis.
Aunque el amo del gato no abrigara sobre esto grandes ilusiones, le había visto dar tantas muestras de agilidad para cazar ratas y ratones, como colgarse de los pies o esconderse en la harina para hacerse el muerto, que no desesperó de verse socorrido por él en su miseria.
Cuando el gato tuvo lo que había pedido, se colocó las botas y echándose la bolsa al cuello, sujetó los cordones de esta con las dos patas delanteras, y se dirigió a un campo donde había muchos conejos. Puso hierbas y afrecho en su saco y tendiéndose en el suelo como si estuviese muerto, aguardó a que algún conejillo, poco conocedor aún de las astucias de este mundo, viniera a meter su hocico en la bolsa para comer lo que había dentro. No bien se hubo recostado, cuando se vio satisfecho. Un atolondrado conejillo se metió en el saco y el maestro gato, tirando de los cordones, lo encerró y lo mató sin misericordia.
Muy ufano con su presa, fuese donde el rey y pidió hablar con él. Le hicieron subir a los aposentos de Su Majestad donde, al entrar, hizo una gran reverencia ante el rey, y le dijo:
—He aquí, Majestad, un conejo de campo que el señor marqués de Carabás (era el nombre que inventó para su amo) me ha encargado obsequiaros de su parte.
—Dile a tu amo, respondió el rey, que le doy las gracias y que me agrada mucho.
En otra ocasión, se ocultó en un trigal, dejando siempre su saco abierto; y cuando en él entraron dos perdices, tiró de los cordones y las cazó a ambas. Fue en seguida a ofrendarlas al rey, tal como había hecho con el conejo de campo. El rey recibió también con agrado las dos perdices, y ordenó que le diesen de beber.
El gato continuó así durante dos o tres meses llevándole de vez en cuando al rey productos de caza de su amo. Un día supo que el rey iría a pasear a orillas del río con su hija, la más hermosa princesa del mundo, y le dijo a su amo:
—Sí queréis seguir mi consejo, vuestra fortuna está hecha: no tenéis más que bañaros en el río, en el sitio que os mostraré, y en seguida yo haré lo demás.
El marqués de Carabás hizo lo que su gato le aconsejó, sin saber de qué serviría. Mientras se estaba bañando, el rey pasó por ahí, y el gato se puso a gritar con todas sus fuerzas:
—¡Socorro, socorro! ¡El señor marqués de Carabás se está ahogando!
Al oír el grito, el rey asomó la cabeza por la portezuela y reconociendo al gato que tantas veces le había llevado caza, ordenó a sus guardias que acudieran rápidamente a socorrer al marqués de Carabás. En tanto que sacaban del río al pobre marqués, el gato se acercó a la carroza y le dijo al rey que mientras su amo se estaba bañando, unos ladrones se habían llevado sus ropas pese a haber gritado ¡al ladrón! con todas sus fuerzas; el pícaro del gato las había escondido debajo de una enorme piedra.
El rey ordenó de inmediato a los encargados de su guardarropa que fuesen en busca de sus más bellas vestiduras para el señor marqués de Carabás. El rey le hizo mil atenciones, y como el hermoso traje que le acababan de dar realzaba su figura, ya que era apuesto y bien formado, la hija del rey lo encontró muy de su agrado; bastó que el marqués de Carabás le dirigiera dos o tres miradas sumamente respetuosas y algo tiernas, y ella quedó locamente enamorada.
El rey quiso que subiera a su carroza y lo acompañara en el paseo. El gato, encantado al ver que su proyecto empezaba a resultar, se adelantó, y habiendo encontrado a unos campesinos que segaban un prado, les dijo:
—Buenos segadores, si no decís al rey que el prado que estáis segando es del marqués de Carabás os haré picadillo como carne de budín.
Por cierto que el rey preguntó a los segadores de quién era ese prado que estaban segando.
—Es del señor marqués de Carabás, dijeron a una sola voz, puesto que la amenaza del gato los había asustado.
—Tenéis aquí una hermosa heredad, dijo el rey al marqués de Carabás.
—Veréis, Majestad, es una tierra que no deja de producir con abundancia cada año.
El maestro gato, que iba siempre delante, encontró a unos campesinos que cosechaban y les dijo:
—Buena gente que estáis cosechando, si no decís que todos estos campos pertenecen al marqués de Carabás os haré picadillo como carné de budín.
El rey, que pasó momentos después, quiso saber a quién pertenecían los campos que veía.
—Son del señor marqués de Carabás, contestaron los campesinos, y el rey nuevamente se alegró con el marqués.
El gato, que iba delante de la carroza, decía siempre lo mismo a todos cuantos encontraba; y el rey estaba muy asombrado con las riquezas del señor marqués de Carabás.
El maestro gato llegó finalmente ante un hermoso castillo cuyo dueño era un ogro, el más rico que jamás se hubiera visto, pues todas las tierras por donde habían pasado eran dependientes de este castillo.
El gato, que tuvo la precaución de informarse acerca de quién era este ogro y de lo que sabía hacer, pidió hablar con él, diciendo que no había querido pasar tan cerca de su castillo sin tener el honor de hacerle la reverencia. El ogro lo recibió en la forma más cortés que puede hacerlo un ogro y lo invitó a descansar.
—Me han asegurado, dijo el gato, que vos tenéis el don de convertiros en cualquier clase de animal, que podíais, por ejemplo, transformaros en león, en elefante...
—Es cierto, respondió el ogro con brusquedad, y para demostrarlo, veréis cómo me convierto en león.
El gato se asustó tanto al ver a un león delante de él que en un santiamén trepó a las canaletas, no sin pena ni riesgo a causa de las botas que nada servían para andar por las tejas.
Algún rato después, viendo que el ogro había recuperado su forma primitiva, el gato bajó y confesó que había tenido mucho miedo.
—Además me han asegurado, dijo el gato, pero no puedo creerlo, que vos también tenéis el poder de adquirir la forma del más pequeño animalillo; por ejemplo, que podéis convertiros en un ratón, en una rata; os confieso que eso me parece imposible.
—¿Imposible?, repuso el ogro, ya veréis; y al mismo tiempo se transformó en una rata que se puso a correr por el piso.
Apenas la vio, el gato se echó encima de ella y se la comió.
Entretanto, el rey que al pasar vio el hermoso castillo del ogro, quiso entrar. El gato, al oír el ruido del carruaje que atravesaba el puente levadizo, corrió adelante y le dijo al rey:
—Vuestra Majestad sea bienvenida al castillo del señor marqués de Carabás.
—¡Cómo, señor marqués, exclamó el rey, este castillo también os pertenece!
Nada hay más bello que este patio y todos estos edificios que lo rodean; veamos el interior, por favor.
El marqués ofreció la mano a la joven princesa y, siguiendo al rey que iba primero, entraron a una gran sala donde encontraron una magnífica colación que el ogro había mandado preparar para sus amigos que vendrían a verlo ese mismo día, los cuales no se habían atrevido a entrar, sabiendo que el rey estaba allí.
El rey, encantado con las buenas cualidades del señor marqués de Carabás, al igual que su hija, que ya estaba loca de amor, viendo los valiosos bienes que poseía, le dijo, después de haber bebido cinco o seis copas:
—Sólo dependerá de vos, señor marqués, que seáis mi yerno.
El marqués, haciendo grandes reverencias, aceptó el honor que le hacía el rey; y ese mismo día se casó con la princesa. El gato se convirtió en gran señor, y ya no corrió tras las ratas sino para divertirse.

MORALEJA
En principio parece ventajoso
contar con un legado sustancioso
recibido en heredad por sucesión;
mas los jóvenes, en definitiva,
obtienen del talento y la inventiva
más provecho que de la posición.

OTRA MORALEJA
Si puede el hijo de un molinero
en una princesa suscitar sentimientos
tan vecinos a la adoración,
es porque el vestir con esmero,
ser joven, atrayente y atento
no son ajenos a la seducción.

domingo, 16 de agosto de 2015

LOS DONES DEL ESPÍRITU SANTO

Estos dones son los siete siguientes: Sabiduría, Entendimiento, Consejo, Fortaleza, Ciencia, Piedad y Temor de Dios.

    La Sabiduría es una luz sobrenatural y clarísima, por cuyo medio el entendimiento  conoce las verdades divinas y al mismo Dios de un modo inefable, y esto de tal modo que aun cuando faltasen todos los testimonios y señales de nuestra fe, solo con esta luz las creyera, sirviéndole ella de guía para poder ordenar todas sus acciones conforme a la ley de Dios, con tanta suavidad, dulzura y alegría interior, que excede a toda humana comprensión. Ilustrado así el entendimiento, se comunica a la voluntad con tan gran impulso que el hombre se desprende de todas las cosas de la tierra, juzgándolas indignas de su amor, el cual consagra a Dios con un corazón limpio y desasido de todo afecto terreno.
    El Entendimiento es una luz divina con la cual, adornada la potencia intelectiva del alma, penetra de un modo admirable las verdades de la fe y las soberanas perfecciones de Dios, y entiende el sentido de las Santas Escrituras. Quien tiene este don se puede decir de él que es más sabio que todos los filósofos del mundo.
    El Consejo es una ilustración del entendimiento con que el Espíritu Santo da a conocer lo que se ha de hacer u omitir y el modo de obrar en los casos particulares, para conseguir la perfección y la salvación eterna. Por medio de este don se conocen las argucias o sutilezas del amor propio y las astucias del espíritu maligno, que a veces, para engañar, se transforma en ángel de luz. Con este don el Espíritu divino nos advierte de las emboscadas y lazos que nos arman nuestros enemigos, dándonos al mismo tiempo cuanto nos es útil para salir airosos en el combate. Esta ilustración es mayor o menor según lo fuere el grado de unión con Dios, y muchas veces el Espíritu divino infunde en el alma un conocimiento tan grande de lo que se dice a sí misma o aconseja a los demás, que está más cierta de ello que si lo viera con sus propios ojos o lo tocara con sus propias manos.
    La Fortaleza es un poderoso impulso que el Espíritu Santo da al corazón del hombre para animarlo y esforzarlo a sufrir y padecer cosas arduas y dificultosas por amor de la virtud o de Dios. Sin este don los mártires no hubieran superado tantos tormentos, sufriendo los más horrorosos suplicios con tal constancia y valor que hasta de los mismos tiranos y tormentos se reían por atroces que fuesen.
    La Ciencia es una luz que el Espíritu Santo derrama en el entendimiento de la persona, con la cual forma un juicio cierto y seguro de los misterios de nuestra religión para creer lo que se debe, dirigiendo con este conocimiento todas sus operaciones acerca de lo que debe hacer u omitir para agradar a Dios. Sin este don se anda en tinieblas y expuesto a caer en mil errores a cada paso, como ha sucedido a muchos que a pesar de ser muy hábiles en todas las ciencias han caído en las mayores herejías.
    La Piedad es un rayo de luz divina que ilumina el entendimiento de la persona e inclina su voluntad a honrar a Dios como a su amantísimo Padre, y a socorrer al prójimo por ser imagen del mismo Dios. De aquí es que por este don siente un gozo inexplicable por verse hijo de un Padre tan grande y bueno, redimido con su preciosísima sangre, reengendrado en el santo Bautismo y alimentado en la Eucaristía con su cuerpo y sangre sagrados. Considerando estas y otras obras de amor no puede menos que amarlo también y desear que todos lo amen y veneren, buscando en todo y con ardiente celo la mayor honra y gloria de Dios. Y no solo busca esta gloria de Dios, sino también el bien del prójimo, ya porque sabe que así lo quiere Dios, ya porque el prójimo es una imagen y semejanza del mismo Dios. De aquí es que mira como propias las necesidades del prójimo, interesándose aún más por él que por sí mismo. Esta es la razón por la que, olvidada en cierto modo de sí misma la persona que tiene el don de Piedad, se ejercita en ayudar al prójimo en aquellas obras de caridad cristiana, que por otro nombre se llaman obras de misericordia.
    El Temor de Dios es un afecto reverencial que el Espíritu Santo mueve en la voluntad de una persona por el cual teme ofender a Dios y apartarse de Él pecando. Cuatro clases de temor distingue santo Tomás: humano,servil, inicial y filial. El temor humano es el que nos hace ofender a Dios por evitar algún mal temporal, y este es el temor de los pecadores. El temor servil es el que obliga al hombre a dejar el pecado y hacer penitencia para evadir el castigo eterno que merece por la culpa, y este es útil y provechoso. El temor inicial es el que impele al hombre a comenzar a amar a Dios, parte por temor de la pena y esperanza del premio, y parte por consideración a la majestad divina a la que teme ofender con el pecado. El temor filial es el absolutamente retrae al hombre de ofender a Dios su Padre, porque considera en él infinitos motivos de respeto, amor y obediencia, por cuya razón teme disgustarle y apartarse de su amistad y gracia. Solamente estos dos últimos temores, inicial y filial, son dones del Espíritu Santo, de los cuales el más perfecto es el filial, por cuanto nace de la perfecta caridad y amor de Dios.

lunes, 10 de agosto de 2015

PECADOS CONTRA EL ESPÍRITU SANTO

El primero es: Presunción de salvarse sin mérito alguno. En vano esperan salvarse los que lejos de hacer buenas obras resisten continuamente las inspiraciones del Espíritu divino que les dice: Obrad bien mientras se os concede tiempo; haced por vuestra parte lo que podáis, que Dios hará lo demás.
El segundo es: Desesperación de la divina misericordia. Es cierto que es grande la malicia del pecado mortal, pero también lo es que es más grande aún la bondad y misericordia de Dios. La desesperación es una injuria gravísima al divino Espíritu, pues equivale a resistir y abandonar la gracia que ofrece al pecador, o bien a negar su fuerza y eficacia. Hay pecadores que en la desesperación se quitan la vida, pero lejos de rebajar la gravedad del delito la acrecientan, y para librarse de los remordimientos de la conciencia se precipitan a las penas eternas del infierno. El medio de tranquilizarse después de cometido un delito es arrepentirse, pedir perdón a Dios y proponer con eficacia no volverlo a cometer. En vez de atentar el pecador contra su vida, debe pedir a Dios que se la conserve, para hacer penitencia en este mundo con el sufrimiento de las penas y trabajos, con el fin de no tener que padecer eternamente después de la muerte en el infierno.
El tercero es: Impugnación de la verdad conocida para pecar con más libertad. Es este un horrible pecado contra el divino Espíritu, que avisa y da a conocer el mal del que se debe huir, y el bien que debe practicar toda persona para salvarse; pero no faltan algunos que en vez de ser dóciles a sus santas inspiraciones, las resisten, e incluso persiguen al sujeto de quien se sirve el Espíritu Santo como instrumento para avisarles, profiriendo palabras injuriosas y burlándose de sus advertencias, si no le apedrean también como los judios a Jesús. Otros hay que desprecian e impugnan las verdades de la fe y las sanas máximas del Evangelio, a pesar de que su propia conciencia, movida por el Espíritu Santo, les dicta ser sólidas, santas y necesarias para salvarse. Seamos siempre dóciles a las inspiraciones que nos comunica el divino Espíritu.
El cuarto es: Envidia de los bienes espirituales que nuestro prójimo ha recibido de Dios. No tengamos envidia de nadie, procuremos ser buenos, y Dios, que es juez rectísimo, nos dará el premio que con nuestras obras hayamos merecido, en este o en el otro mundo.
El quinto es: Obstinación en el pecado. Serán castigados los que se obstinen en el pecado, despreciando las inspiraciones del Espíritu divino y las amonestaciones de los ministros del Señor. pues que cuando no en este mundo, en el otro serán sumergidos en el mar de las llamas del infierno.
El sexto es: Propósito de morir impenitente. En la hora de la muerte muchos vuelven la espalda a Dios y dan oídos al demonio que les persuade la impenitencia final con que acaban.

Estos seis pecados contra el Espíritu Santo son muy difíciles de ser perdonados, no por parte de Dios, sino por parte de los mismos pecadores, que oponiéndose y resistiéndose a lo que necesitan para alcanzar perdón, imitan al enfermo que no quiere tomar las medicinas, y por esto muere. Siendo, pues, estos execrables pecados el mayor impedimento para nuestra salvación, hagámonos dóciles a las inspiraciones del Espíritu Santo, las cuales nos guiarán directamente a la patria celestial. 

ORACIÓN A SANTA CLARA DE ASÍS

Gloriosa santa Clara, que por aquella fidelidad a la gracia y a las inspiraciones de tu Dios que te hizo ser predilecta de san Francisco de Asís despreciando como él cuanto el mundo te brindaba de halagador, te suplico que me consigas que yo siga tus huellas por los caminos de la virtud y pase por la vida sin mancharme. Ruega por mí para que nunca caiga en las tentaciones del mundo. Amén.

jueves, 6 de agosto de 2015

LAMBERTO, EL LEÓN CORDERO

    Después de lo sucedido, las ovejas decían que nada de aquello habría pasado a no ser por la señora cigüeña. La cigüeña no iba a admitirlo, ni siquiera por un segundo. "Ha sido culpa de los encargados del almacén. Los encargados del almacén hicieron el paquete. Los encargados del almacén pusieron la etiqueta con la dirección, y el destinatario era el rebaño de ovejas que vivía en el prado de Tully".



    La dirección no podía estar más clara. Además para asegurarse de que no podía haber ningún error, los encargados del almacén habían escrito: "Bebé cordero. Frágil".
    Naturalmente, la señora cigüeña lo había tratado con mucho cuidado. No en vano había estado entregando bebés durante años y más años, por lo que, cuando menos, había aprendido una o dos, o tres cosas. Incluso en una ocasión en que se hizo un lío con las ramas de un árbol, en su camino hacia el prado,no había soltado el precioso encargo.
    La señora cigüeña había salido a la puesta del sol. Le gustaba hacer sus envíos durante la noche. La luna llena había salido para cuando ella volaba por encima del prado donde pastaban las ovejas. Movía sus alas así y asá y flotaba muy cerca de los árboles.
    La señora cigüeña puso su paquete sobre la hierba y empezó a desatarlo.
    - ¡Qué viaje tan accidentado! -decía la cigüeña a cualquiera que quisiera oírla.
    Nadie contestaba. En el prado al que había llegado la señora cigüeña, mamá oveja esperaba con ansiedad. Nadie hizo ningún comentario cuando la cigüeña acabó de desatar el paquete.
    - Bien, pues aquí estamos -dijo la cigüeña.
    Mamá oveja sonreía. Uno, dos, tres, cuatro, cinco corderillos levantaron la cabeza, abrieron sus ojos somnolientos y miraron a su alrededor.
    - ¡Levantaos ya! -ordenó la cigüeña-. Ahora, no chilléis, corderillos. Escoged entre estas ovejas y la que más os guste será vuestra mamá.
    Uno, dos, tres, cuatro, cinco corderillos se levantaron. Al principio caminaban muy vacilantes, pero después de unos pasos, empezaron a andar con mayor seguridad. En un momento, o dos momentos, cinco corderillos habían escogido cinco mamás ovejas.
    La cigüeña vio que había otra oveja esperando, pero comprobó que ya no tenía más corderitos. Se puso sobre una sola pata y vio cómo las ovejas acariciaban a sus bebés, mientras que la otra oveja se quedaba tan triste como se pueda imaginar.
    - ¿Qué podría haber pasado? -se preguntaba la cigüeña-. Yo estaba segura de que tenía suficiente cargamento.
    Miró el paquete esperando, con tanta esperanza como una cigüeña puede esperar, que habría otro corderillo en el fondo del paquete. En efecto, vio una bolita de suave lana que rodaba por allí.
    - ¿Qué haces tú ahí, perezoso corderillo? -exclamó la señora cigüeña-. ¡Vamos! ¡Ya es hora de que te despiertes!
    Aquella bolita de suave lana se desenroscó como una trompetilla de papel. Y un par de ojos de color verde muy pálido miraron a la señora cigüeña mientras una lengua rugosa y moteada salía por debajo de una nariz negrita. El corderillo ensayaba un ruido raro que apenas se oía y la señora cigüeña pudo verle los dientes, que eran como puntas de alfiler.
    - ¡Dios mío! -exclamó la señora cigüeña-. ¡Esto no es un corderillo!
    La señora cigüeña vio la etiqueta del paquete. Estaba correctamente escrita y llevaba la dirección del rebaño de ovejas.
    La señora cigüeña tomó sus lentes y se limpió los cristales. Entonces cogió su bloc de notas.
    - Tiene que haber habido algún error -dijo la cigüeña, y fue volviendo las hojas y leyendo los pedidos de bebés de leopardos, serpientes, minúsculos linces, ciervos y... corderillos.
    - ¡Ajá! -dijo por fin-. ¡Aquí está! Tú debes de ser Lamberto. Y tú eres un león. Tú no tienes nada que hacer por aquí.
    La señora cigüeña siguió mirando su bloc de notas. ¿Lamberto?, se dijo a sí misma.
    Pero Lamberto, el cachorro de león, no estaba allí. El leoncillo había tomado la iniciativa y estaba junto a la entristecida mamá oveja que ahora se sentía feliz. Lamberto mamaba igual que los demás corderillos con las demás ovejas. La mamá solitaria estaba alimentando a Lamberto y parecía mostrarse muy orgullosa de poder hacerlo.



    La señora cigüeña  cogió un lápiz y anotó algo en su bloc de notas. Después, siguió ojeando hasta encontrar un pedido que decía: Lamberto. León. Sudáfrica. "¡Qué barbaridad! ¡Vaya viajecito que me voy a dar!". Guardó el lápiz y el bloc de notas y llamó al león.
    - Venga, Lamberto -gritó.
    Pero Lamberto no prestaba la menor atención. Se apretaba a mamá oveja y se alimentaba glotonamente.
    La señora cigüeña se fue hacia la oveja.
    - Siento mucho que haya habido un ligero error, mamá oveja -dijo quitándose el sombrero-. No tiene por qué preocuparse por este pedazo de bruto. Me lo voy a llevar a la jungla, que es donde debe estar.

    Al decir esto, la cigüeña intentó coger a Lamberto.
    Pero la señora cigüeña comprobó con asombro cómo mamá oveja se oponía. Había encontrado un bebé y no estaba dispuesta a dejarle marchar.
    Si no se parecía a ningún otro corderillo del prado, tanto mejor. Así podría reconocerle en cualquier momento.
    La señora cigüeña alisaba sus plumas, algo tullidas después de haberse tropezado con el árbol.
    - ¡Esto se pone feo! -dijo.
    La señora oveja bajó su cabeza, como si fuera a darle un buen cabezazo a la cigüeña, dándole a entender que, por lo que a Lamberto se refería, podía fácilmente comprobar las afiladas puntas de aguja que asomaban por sus encías.
    - Bien, está bien. ¡Está bien! -exclamó la señora cigüeña-. Puedes quedarte. Puedes quedarte lo que quieras. Después de todo, yo no hago más que cumplir con mi obligación.
    La cigüeña salió volando hacia el almacén pensando, sin duda alguna, en cantarle las cuarenta a los encargados de preparar el paquete.
    Lamberto se quedó dormido junto a mamá oveja, y cuando llegó la mañana y todos los corderillos fueron despertados por sus mamás, Lamberto esperó pacientemente mientras mamá oveja cepillaba su pequeña y oscura melena. Cuando Lamberto estaba tan guapo como la señora oveja pudo conseguir, fue a presentarlo a los demás corderillos.
     ¡Cómo lo pasaron de bien los corderitos! Lamberto les hacía correr mientras su lengua rugosa le llegaba casi al suelo, y empezó a jugar y a saltar de la misma forma que hacían los demás.
     - ¡Beee! -balaban los corderillos, muy contentos. -¡Beee!
     Lamberto intentaba decir "Beee", porque sabía que era el idioma del prado, pero cuando abría la boca, todo lo que podía conseguir era "Miau". Los corderillos no habían oído nunca una cosa así y se ponían a balar y a balar y Lamberto, que todavía no sabía rugir, se ponía a maullar y a maullar.


     Los corderillos empezaron a reír, y se rieron sin parar. Y empezaron a dar saltos, porque a los corderillos les gusta mucho saltar. Y se daban de testarazos con sus pequeñas cabezas, porque a los corderillos les gusta mucho darse testarazos.
     Por fin los corderillos empezaron a cantar una canción un poco tontorrona; que es esa canción que la gente menuda canta en todos los sitios cuando quieren burlarse de alguien que es diferente.

Lamberto, Lamberto,
balas menos que un muerto,
tienes orejotas y las patas como botas.
Lamberto, Lamberto,
pelicorto y colituerto.
Lamberto, Lamberto,
tienes menos lana que una rana.

     Lamberto se sentía muy triste. En los primeros momentos se iba a refugiar con mamá oveja. Tenían razón. Tenían demasiada razón. Las patas de Lamberto eran demasiado grandes y su lana demasiado corta. Hablando con propiedad, no tenía lana en absoluto. Era un cordero realmente raro.
     La mamá de Lamberto acariciaba su pelo y peinaba su melena, y Lamberto empezó a sentirse mejor. Entonces es cuando decidió que podía ser una cosa muy rara para un cordero, pero que de todos modos intentaría hacer lo que pudiera para comportarse debidamente. Es decir, para hacer las mismas cosas que hace un cordero.
     Por lo tanto, Lamberto empezó a practicar el salto del cordero y ensayaba también el testarazo del cordero, a pesar de que se quedaba medio tonto cada vez que chocaba con las durísimas cabezas de los corderitos.
     Lamberto practicó también el balido y, al cabo de cierto tiempo, consiguió medio balido, pero tardó bastante en conseguir un balido entero.
     Mientras pasaba todo esto, Lamberto crecía, crecía y CRECÍA.
     La mamá de Lamberto estaba muy orgullosa de él, porque nadie en todo el rebaño había tenido un cordero tan robusto.
     Pero Lamberto no estaba nada orgulloso, porque en lo más profundo de su corazón sabía que no servía para nada. No sabía saltar ni sabía balar. No sabía jugar ni dar testarazos. No sabía hacer absolutamente nada, a excepción de ir a esconderse detrás de su madre cuando los corderos se burlaban demasiado de él. Y cuando ya hubo crecido bastante, ni siquiera podía esconderse demasiado bien. En pocas palabras, Lamberto era raro, amarillo, cobardica, un león asustadizo y no una salvaje y lanuda oveja.
     Pasó el tiempo. La primavera se hizo verano y el verano se hizo otoño. Los corderillos ya estaban crecidos para entonces. En realidad ya no eran corderillos, sino ovejas de tomo y lomo. Pero todavía eran jóvenes y gustaban de jugar y darse testarazos y todavía se burlaban de Lamberto y le gastaban bromas.
     Lamberto lo tomaba bastante olímpicamente, pero en el fondo se estaba empezando a cansar. Estaba harto de que le empujaran al río cada vez que iba a beber. Y estaba especialmente harto de la cancioncilla que lo comparaba con las ranas. Pero sobre todo, estaba cansado de ser diferente. 
     Una noche, cuando todas las ovejas estaban profundamente dormidas en el prado, Lamberto se despertó muy asustado. Había oído un ruido espantoso. Era un lobo que aullaba, aullaba en el bosque justamente detrás del prado.


Lamberto levantó su cabeza y aguzó sus orejas para escuchar tan deprisa como podía escuchar un león.
     ¡Y allí estaba otra vez! Lamberto oyó de nuevo cómo aullaba el lobo, pero además lo vio aparecer entre la espesura del bosque. El hambriento animal venía deslizándose entre las sombras y sus crueles ojos lobunos brillaban a la luz de la luna. El lobo abrió la boca y Lamberto pudo ver sus tremendos colmillos.
     ¡La terrible fiera había encontrado el rebaño! Lamberto estaba petrificado. No tenía ni la menor idea de lo que debía hacer. Temblaba y se arrimaba a mamá oveja, con la esperanza de que el lobo no lo viera.
     El lobo estaba cada vez más cerca y Lamberto vio cómo la terrible fiera pasaba junto a las ovejas y se dirigía sin duda hacia él.
     Lamberto se escondía detrás de mamá oveja. El lobo venía a por él, no había ninguna duda, y Lamberto cerró los ojos llenos de pánico.
     De repente, Lamberto oyó un lastimero quejido.
     - ¡Lamberto! -se oyó en el silencio de la noche.
     Lamberto abrió los ojos y miró a su alrededor. El lobo había cogido a su madre por la pata y se la estaba llevando fuera del rebaño, hacia la oscuridad del bosque.
     - ¡Lamberto! -balaba la oveja.
     Para entonces todas las ovejas y corderos del rebaño se habían despertado. Los alegres corderillos, que tan dispuestos se encontraban siempre a darles testarazos a Lamberto, cambiaban mucho delante de un hambriento lobo... Con agilidad increíble, todos los corderillos saltaron a esconderse tras las piedras y los árboles próximos al prado.
     - ¡Lamberto! -gritaba mamá oveja.
     El lobo se la había llevado casi al otro lado del prado y tardaría pocos minutos en desaparecer para siempre. Con un desesperado esfuerzo, la mamá de Lamberto se las arregló para soltarse de la presa del lobo. La hambrienta fiera se encontraba ahora entre mamá oveja y el rebaño oculto entre los árboles y piedras. El lobo avanzó hacia ella lentamente. La hizo retroceder sin piedad, no hacia el bosque, sino hacia el borde de un precipicio de más de cien metros de alto.
     - ¡Lamberto! -gritaba mamá oveja, en el mismísimo borde del precipicio.
     Aquello era demasiado. A la vista de su madre, que balaba aterrorizada, algo se revolvió en el interior de Lamberto. Olvidó que era un pobre, miserable, cobardica, y asustadiza criatura. En un abrir y cerrar de ojos, se convirtió en un fiero león.
     Los pelos de Lamberto se pusieron de punta y su negra melena se levantó como una bandera. Lamberto respiró profundamente y llenó de aire sus pulmones. Después abrió la boca y soltó un rugido muy rugiente. Fue un rugido que lo podía firmar el más fiero león africano y contarlo a sus nietecitos como una hazaña.
     Después de haber anunciado sus intenciones por este sonoro procedimiento, Lamberto levantó sus poderosas zarpas y se las enseñó al lobo. El lobo no había visto nunca nada parecido a Lamberto. El lobo no había oído nunca nada similar al rugido de Lamberto. En realidad, el lobo no quería ver ni oír nada parecido a Lamberto en todos los días que le quedaran de vida y, con un salto, fue a refugiarse detrás de la madre de Lamberto.
     Lamberto ya no era la asustadiza oveja de antes, sino un rey de la selva. Caminó unos pasos hacia su madre y, tranquilamente, dio un cabezazo al lobo y lo echó por el precipicio.
     Todas las ovejas y corderos del prado salieron de sus escondites, uno tras otro. Después de un momento o de dos momentos, la madre de Lamberto paró de temblar. Estaba tan orgullosa de Lamberto que no sabía lo que hacía.
     ¡Vaya fiesta que organizaron los corderitos! Estaban muy contentos de que Lamberto fuera uno de ellos y entonaron una nueva canción que improvisaron en aquel momento. Levantaron en hombros a Lamberto y le dieron la vuelta al prado mientras cantaban:


Lamberto, Lamberto,
ya eres de los nuestros,
ya no eres un león sin coraje,
sino un valiente cordero salvaje. 


     Por lo tanto, Lamberto se convirtió en el héroe del rebaño y, desde entonces, él y su madre vivieron felizmente.
     Por lo que al lobo se refiere, también tuvo suerte, porque no se cayó al fondo del precipicio, sino que se las arregló para agarrarse a una rama que crecía entre las rocas. Que nosotros sepamos todavía estará allí, agarrado a la rama y debe estar verdaderamente hambriento. Pero no se morirá de hambre, porque ese árbol da cerezas todas las primaveras.


miércoles, 5 de agosto de 2015

LOS PECADOS DE QUE UNO SE HACE REO SIN COMETERLOS

El primero es mandar hacer algún mal. El que manda alguna cosa mala se hace reo de la maldad como si él mismo la cometiese, sin que por esto entendamos que los ejecutores queden inocentes, ni que en casos semejantes deban obedecer, pues sabido es que los superiores deben ser obedecidos solamente cuando lo que mandan puede hacerse sin pecar. La autoridad humana es una participación de la divina, o es un poder que Dios les ha dado. Primero debe obedecerse a Dios que prohíbe alguna cosa antes que a los que la mandan.
El segundo es aconsejar hacer mal. El que aconseja cualquier maldad, sea la que fuere, se hace reo de ella lo mismo que si la cometiese.
El tercero es consentir en el mal. Los que consienten, se complacen y deleitan en el mal que cometen otros se hacen reos de él como si ellos mismos lo cometiesen.
El cuarto es provocar al mal. Son reos y dignos de castigo los que provocan e instigan al mal, ora sea al robo, a la impureza o a cualquier otro.
El quinto es alabar lo malo. Se hacen reos de este delito aquellos padres y jefes que, sabiendo que sus hijos o empleados roban o estafan, no solo no los reprenden, sino que antes bien los aplauden y alaban.
El sexto es no impedir el mal pudiendo y debiendo. De semejante delito se hacen reos los que, teniendo autoridad o pudiendo, no impiden las maldades y en alguna manera consienten, según aquel principio: el que calla cuando debe hablar se juzga que consiente.
El séptimo es disimular el mal y permitirlo, conociendo o debiendo conocer que sucederá. ¡Cuántos padres se hacen culpables de los pecados que cometen sus hijos por no vigilarlos y estar siempre pendientes de ellos!
El octavo es participar del mal. De este delito se hacen reos los que reciben cosas robadas, que las compran sabiendo o sospechando que lo son, o recibiendo algo para disimular o hacer la vista gorda.
El noveno es defender lo malo. ¡Ay de los que pleitean injustamente y de los que protegen y favorecen a tales pleiteantes! Unos y otros se constituyen reos en el tribunal de Dios, en donde hasta las justicias quedarán juzgadas.

¿Por qué se dice que uno se hace reo de algunos pecados sin cometerlos? Porque con ellos es causa o cómplice en el mal que hacen otros.

martes, 4 de agosto de 2015

ORACIONES PARA LA SAGRADA COMUNIÓN: AFECTOS PARA DESPUÉS DE COMULGAR

   AFECTOS DE GRATITUD. ¡Oh Dios mío y amor mío! ¿Qué gracias te podré yo dar porque Tú, Rey de los reyes y Señor de los señores has querido hoy visitar mi alma y unirte a mí mediante la virtud inestimable de este Sacramento? ¿Qué te podrá dar una criatura tan pobre por dádiva tan rica? Porque no te contentaste con hacernos aquí partícipes de tu soberana Deidad, sino que también nos comunicaste tu Santa Humanidad, tu alma santísima y tu deífico Corazón, haciéndonos así partícipes de todos los tesoros y merecimientos que con esa misma carne y sangre nos ganaste. ¡Oh preciosa dádiva, mal conocida de los hombres y digna de ser agradecida con perpetuos loores!
   AFECTOS DE ADMIRACIÓN. Mas ¿qué te dimos, Señor, por que tal dádiva nos dieses? Ninguna cosa hubo a la verdad, de por medio, sino sola tu bondad. Porque así como a la bondad pertenece comunicarse, así a la suma bondad sumamente comunicarse; y de este modo lo hiciste Tú, pues en todo te diste a nosotros. Naciendo te diste por hermano; comiendo por mantenimiento, muriendo te das en precio, y reinando en galardón. Aquella santa Madre de tu Precursor llena del Espíritu Santo, cuando vio entrar por sus puertas a la Virgen, que dentro de sus entrañas te traía, espantada de tan gran maravilla exclamó, diciendo: ¿De dónde a mí tanto bien, que la Madre de mi Señor venga a mí? Con cuánta mayor razón podré exclamar: ¿De dónde a mí tan gran bien, que no la Madre de Dios, sino el mismo Dios y Señor de todo lo creado haya querido venir a mí? A mí que tanto tiempo fui morada de Satanás. A mí que tantas veces te ofendí. A mí que tantas veces te cerré la puerta y despedí de mí. ¿Por dónde merecía nunca más recibir a quien así deseché? Pues ¿de dónde a mí, Señor, que Tú, Rey de la gloria, cuyo trono es el cielo, cuyo estrado real es la tierra, cuyos ministros son los Ángeles, a quienes alaban las estrellas de la mañana y en cuyas manos están todos los fines de la tierra, hayas querido venir a un lugar de tan extraña bajeza? Y si de otra manera alguna me visitaras, todavía fuera esta una gran misericordia: más que Tú, Señor, hayas querido, no solo visitarme, sino entrar en mí, y morar y transformarme en Ti, y hacerme como una cosa contigo, por unión tan admirable, que la comparaste con aquella altísima unión que tienes con el Padre; para que así como el Padre está en Ti y Tú en Él, así el que te come esté en Ti y Tú en él, ¿qué cosa puede ser más admirable?
   AFECTOS DE PETICIÓN. No hay alabanzas que basten para celebrar las maravillas de este Misterio tan grande, que inventó tu amor infinito, ordenó tu sabiduría divina y llevó a cabo tu poder omnipotente. Por ellas te ensalcen los ángeles y santos del cielo por todos los siglos de los siglos.
   Dígnate pues ahora permitirme, por la virtud de este inefable Sacramento, unirme e incorporarme contigo, con tan apretado vínculo de caridad que ya no me separe más de tu amistad y gracia. Vayan lejos de mi alma las tinieblas del pecado, que no dejaban llegar a ella la luz de tu adorable presencia. Lejos sean de mí las vanidades del mundo y los placeres de la carne corruptible. Haz también, Señor, misericordia de todos los pecadores. Vuelve a tu Iglesia los herejes y cismáticos, alumbra a los infieles para que te conozcan, socorre a todos los que están puestos en necesidades y tribulaciones. ayuda a todos aquellos por quienes estoy obligado a rogarte: consuela a mis parientes, amigos, enemigos y bienhechores, ten misericordia de todos aquellos por quienes derramaste tu preciosa sangre. Da perdón y gracia a los vivos, y a los difuntos descanso y gloria perdurable. Amén.