Buenos días. Feliz Pascua. Hoy las lecturas nos quieren enseñar que para quien cree en Cristo nada le es imposible, e incluso los problemas de la vida se convierten en una oportunidad para evangelizar, como el apóstol Felipe, al que acompañan signos de Dios que llenaban la ciudad de alegría. Pidamos al Señor que no nos falte el pan de vida que nos ayude a hacer la voluntad de Dios y llenar el mundo de alegría. Seamos buenos y confiemos en Dios, que nos alegra con sus proezas en favor de los hombres.
1ª Lectura (Hch 8, 1-8): Aquel día, se desató una violenta persecución contra la Iglesia de Jerusalén; todos, menos los apóstoles, se dispersaron por Judea y Samaría. Unos hombres piadosos enterraron a Esteban e hicieron gran duelo por él. Saulo, por su parte, se ensañaba con la Iglesia, penetrando en las casas y arrastrando a la cárcel a hombres y mujeres. Los que habían sido dispersados iban de un lugar a otro anunciando la Buena Nueva de la Palabra. Felipe bajó a la ciudad de Samaría y les predicaba a Cristo. El gentío unánimemente escuchaba con atención lo que decía Felipe, porque habían oído hablar de los signos que hacía, y los estaban viendo: de muchos poseídos salían los espíritus inmundos lanzando gritos, y muchos paralíticos y lisiados se curaban. La ciudad se llenó de alegría.
Salmo responsorial: 65
R/. Aclamad al Señor, tierra entera.
Aclamad al Señor, tierra entera; tocad en honor de su nombre, cantad himnos a su gloria. Decid a Dios: «¡Qué temibles son tus obras!».
«Que se postre ante ti la tierra entera, que toquen en tu honor, que toquen para tu nombre». Venid a ver las obras de Dios, sus temibles proezas en favor de los hombres.
Transformó el mar en tierra firme, a pie atravesaron el río. Alegrémonos en él, que con su poder gobierna enteramente.
Versículo antes del Evangelio (Jn 6, 40): Aleluya. Todo el que cree en el Hijo tiene vida eterna; y yo lo resucitaré en el último día, dice el Señor. Aleluya.
Texto del Evangelio (Jn 6, 35-40): En aquel tiempo, Jesús dijo a la gente: «Yo soy el pan de la vida. El que venga a mí, no tendrá hambre, y el que crea en mí, no tendrá nunca sed. Pero ya os lo he dicho: Me habéis visto y no creéis. Todo lo que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera; porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado. Y esta es la voluntad del que me ha enviado; que no pierda nada de lo que él me ha dado, sino que lo resucite el último día. Porque esta es la voluntad de mi Padre: que todo el que vea al Hijo y crea en Él, tenga vida eterna y que yo le resucite el último día».
“Yo soy el pan de la vida” (Jn 6, 35-40)
Señor Jesús, ¿quién eres Tú? ¿Quién soy yo?¿Qué quieres de mí? ¿Cómo es posible que atraigas como lo haces, que llenes de alegría y seas fuente de vida para todos, una vida nueva e imparable, una vida que deja sin efecto toda muerte? Haz que te busque y que al encontrarte me encuentre también yo.
Señor Jesús, hoy tu palabra nos recuerda que eres el pan de vida. Pan… ese alimento que a todos nos evoca un alimento familiar, cotidiano, que se comparte en la mesa, al calor del hogar. Así eres Tú, sencillo, “manso y humilde”, servidor, alimento cercano para lo más profundo de nuestro corazón.
Señor Jesús, sabemos que la fe, ese regalo inmerecido que un día nos hiciste, no es fe si es al margen tuyo. Y es que nada nos colma ni nos da paz interior, como Tú. Eres el amigo que siempre está ahí, el sagrario permanente, fuente de amor, de felicidad y de alegría. Del trato contigo, a solas y en comunidad, brota la bondad, la fraternidad, el valor para ser mejor ser humano y vivirlo con integridad, de modo especial en este tiempo pascual en el que celebramos que las promesas de nuestro Dios se cumplen.
Señor Jesús, el mejor Pan, el que tiene “denominación de origen” es el “Pan vivo bajado del cielo”. Sabemos que la fe no es fruto de nuestro esfuerzo ni voluntad, tampoco un capricho o una moda. La fe es un don de Dios, la descubrimos al descubrirnos hijas e hijos suyos, y la encontramos al acercarnos a Ti, que eres capaz de dar vida partiéndote y repartiéndote, que contagias algo diferente a lo que nos puede dar cualquier otro “pan”, que eres fuente de comunión y encuentro.
Señor Jesús, haznos a nosotros pan para los demás, alimento cercano y humilde, que se sabe siempre de Dios. Pan que sacie el hambre, que dignifique vidas, que levante del suelo y libere de la opresión a los que sufren la miseria y el hambre. Haznos como Tú, pan que se entrega cada jornada para el bien de todos. Acompaña hoy al colegio cardenalicio que se reúne en el cónclave para elegir al sucesor de Pedro, aquel que nos seguirá recordando que Tú eres el pan de la vida.
Así te lo pido. Así sea.
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