Oh Dios, Tú has conducido a san Francisco Caracciolo por el camino de la perfección, en la humildad y en el servicio hacia los hermanos, sustentados por una profunda fe y grandísima esperanza en los méritos infinitos de tu Hijo, muerto y resucitado, y en la fuerza transformante del Pan Eucarístico.
Concédenos que lo veneremos como modelo de vida, consagrada a tu Amor, para ser testimonio creíble, a través de una vida transformada por el Espíritu.
Haz que redescubramos la importancia de fijar la mirada sobre el Crucifijo y la necesidad de recurrir, frecuentemente, a la fuerza del Sacramento de la eucaristía, celebrada y adorada, para que, fortificados por tu Gracia, podamos volvernos como el “Buen Samaritano” para todos los hermanos que encontramos sobre nuestro camino.
A lo largo del camino, nos tome de la mano la Virgen María, Madre de tu Hijo y nuestra Madre, que san Francisco Caracciolo tanto quiso y de quien experimentó su potente protección. Amén.
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