¡Oh José dulcísimo! ¿Quién no te ve en el acto de exhalar tu postrer suspiro? En el lecho te hallabas, llamado en aquellos momentos, del dolor; tu esposa a un lado, Jesús al otro excitándote al amor y confianza. ¡Qué raudal de inefables delicias inundarían tu alma! ¿Quién más tierno que la esposa, y entre estas, quién como María? Y para un padre ¿qué alegría hay mayor que la de verse asistido de su mismo Hijo, y entre estos, quién como Jesús? Jesús y María, pues, cerraron tus ojos, asistiendo al acto festivos y alegres los ángeles del Cielo. Aquí sí que se llega a un punto más arriba del cual ya no se puede pasar: los cielos mismos en expectación ante José moribundo esperando, vamos a decir, el feliz momento; los ejércitos celestiales, de poder bajar a esta tierra y en medio de alegrías y festejos trasladar su nuevo señor a los reinos de la gloria.
JACULATORIA. Obtenme, José santísimo, que Jesús y María se hallen a mi lado en la hora de mi muerte. Amén.
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