He corrido, Señor, para buscarte
y el día se cerró, la noche vino.
Pero había soñado en encontrarte,
como Saulo, en mitad de mi camino.
Cuando ya no acertaba ni a llamarte,
brilla ante mí un lucero matutino.
¡Y no me atrevo aún a adivinarte
ni a ver tras de su luz tu Sol divino!
Enséñame, Jesús, a conocerte.
Si Tú me concedieras esa suerte,
ninguna gracia más te pediría.
Ni siquiera aprender a amarte pido,
porque sé que al haberte conocido
con entrega inmediata te amaría.
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