Nos narra que una mañana se encontraban por la calle Carmelitas y Cavilla varios niños de unos 8 años, jugando a moros y cristianos (otras versiones lo hacían por la Plaza de San Juan). Uno de esos niños, el más vivaracho y travieso, que mandaba en el juego, se había escapado o no había acudido aquella mañana a sus deberes. De pronto por esquina de Arcipreste Aparicio y por lo alto de la ligera pendiente, aparece un sacerdote dominicano, que se para y, después de observar el juego de los niños, llama a uno de ellos, con fuerte voz diciendo:
- Oye, Francisco, ven aquí.
- ¿Es a mí, padre? -preguntó desde lejos un tanto asustado el jefe de la pandilla de los críos.
Acudió, y el sacerdote de blanco hábito, poniéndole una mano sobre su hombro, le dice:
- Mañana temprano ve al Convento de San Pablo y Santo Domingo. Quiere hablarte el Prior.
Se lo contó a sus padres, quienes creyeron que lo llamaría para que prestara servicio en el Convento, que como monaguillo u otro menester, y así al día siguiente, muy arregladito, se presenta Francisco, en las puertas de Santo Domingo y, tras tocar la campanilla, es recibido por el fraile portero, quien a regañadientes lo presenta ante el padre Prior y este, extrañado, dijo que no había citado a ningún niño. Para mayor tranquilidad, le presentó a varios frailes y como ninguno de ellos fuese reconocido por el niño, lo despidieron del Convento sin ser creído.
Malhumorado, iba para su casa, cuando se encontró con uno de los compañeros de juego de la tarde anterior, y como era firme de carácter, junto con este amigo, vuelve al Convento, insiste en su versión y le pone de testigo.
El Prior, ante la insistencia de los pequeños, convoca en el coro a todos los sacerdotes, frailes y profesantes, pero ninguno de ellos es reconocido por Francisco, quien despachado, se dispone a salir de nuevo del Convento, atravesando la Iglesia, pero he aquí, que de improviso se para y empieza a gritar:
- Padre Prior, Padre Prior, este, este fue el fraile que me llamó ayer.
Acuden a los gritos del niño el Prior y los demás dominicos y lo rodean con gran sorpresa, pues Francisco, sonriendo, con la mano derecha extendida y su dedo índice, firmemente señalaba la figura de un Dominico. Esta imagen, colocada en uno de los altares de la Iglesia, representaba nada menos que al fundador de la Orden, a SANTO DOMINGO DE GUZMÁN, fallecido hacía más de 550 años.
- Hijo ¿ese te llamó?
Sí, padre Prior, ese fue el fraile que estuvo hablando conmigo ayer, y me dijo que viniera a verle.
El niño Francisco Díaz, comenzó a frecuentar iglesias, actuó como “seise” en la de Santa María con once años, ingresó en el Convento de Santo Domingo a los 16, tomó hábitos a los 18 y posteriormente se hizo sacerdote y misionero en Filipinas y China, donde el 28 de octubre de 1.748, a la edad de 35 años, fue martirizado. Es beatificado por León XIII en 1.893. Desde entonces ocupa un altar dentro de la Iglesia Católica aquel niño que una mañana abandonó sus deberes, y cuando jugaba a moros y cristianos, bien por la calle Cavilla o por Plaza de San Juan, fue llamado por un sorprendente fraile dominico.
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