Dije al almendro: ¡Háblame de Dios! Y el almendro floreció.
Dije a la casa: ¡Háblame de Dios! Y la puerta se abrió.
Dije a un niño: ¡Háblame de Dios! Y el pequeño sonrió.
Dije al sol poniente: ¡Háblame de Dios!
Y el sol poniente se ocultó en silencio,
pero al día siguiente, de nuevo resplandeció.
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