¡oh María! en el orbe resuena;
y la tierra al oírlo se llena
de esperanza, de júbilo y paz.
¿Quién de nombre tan grato pudiera

¿Quién pudiera?, ¡oh, excelsa María!,
su dulzura divina exprimir?
¡Cuán suave es al hombre, Señora,
que en sus penas lo implora constante!
Logre, logre mi pecho al instante
su virtud y eficacia sentir.
Al oído es celeste armonía,
a los labios es miel exquisita,
para el triste alegría infinita,
para el justo delicia sin par.
¡Ay! mi pecho en amor se enajena
cuando invoca tu nombre querido;
cual escudo por él defendido,
viviré sin temor el pesar.
Veces mil en dulcísimo sueño
mi cariño hacia Ti me llevaba;
con los labios tu nombre llamaba,
y en mis venas sentía su ardor.
Las mejillas en llanto bañadas,
despertaba entre célico gozo;
¡ay qué fuego, qué grato alborozo,
en el alma causaba tu amor!...
Hombres todos, venid a porfía
a sus pies, rodeadla postrados:
mil suspiros de amor abrasados,
como rápida flecha enviad.
¡Oh María!, yo ensalce tu nombre,
lo repitan el ángel y el hombre,
¡oh María!... y no cesen jamás.
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