Quisiera ofrecerte, Señor, las manos vacías después de haber repartido todo lo que soy y tengo entre la gente con la que me he cruzado.
Quisiera haber dejado mi corazón repartido entre todos los que sufren: unos en el cuerpo, otros en el alma.
Quisiera terminar, Señor, mi día, sin nada que ofrecerte, las manos vacías... Para que Tú las vuelvas a llenar con tu amor para empezar de nuevo, otro día, a darme y repartirme entre la gente.
Lo mismo que haces Tú.
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