Mis cálculos son erróneos. Marta se va a enfadar si olvido otra vez nuestra fecha de aniversario. Ahora estoy frente a la caja fuerte. De mi mejilla resbalan gotas de sudor casi inapreciables que desprendo por la tensión. Intento averiguar el motivo por el que la condenada fecha no abre la caja. Recapacito, ¿era la fecha de nuestra boda o nuestra primera cita? No me ayuda a pensar el cañón del revólver presionando mi nuca, ni tampoco la certeza de que la alarma habrá avisado a la policía y dentro de poco hará acto de presencia. Escucho el clic del percutor. Ese sonido es el lenguaje universal por el que personas que no hablan el mismo idioma se hacen entender. Su paciencia se está agotando. Ruido de sirenas, no quedan más intentos, me susurra algo ininteligible y todo pasa a negro. Marta no me lo va a perdonar.
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