lunes, 15 de noviembre de 2021

MARTIRIO DEL BEATO JUAN DUARTE


El beato Juan Duarte Martín nació en Yunquera (Málaga) en 1912 y fue martirizado y ejecutado en Álora (Málaga) en 1936. 
Su detención ocurrió el 7 de noviembre de 1936, durante la Guerra Civil en España, por la delación de alguien que, tras un registro fallido llevado a cabo en su casa, le vio asomarse a una pequeña ventana para respirar aire puro después de varias horas, sin luz ni ventilación, en una pequeña pocilga que le había servido de escondite.

Cuando los milicianos pegaron en la puerta, solo se encontraban en casa su madre y él, pues de sus hermanas dos habían ido al campo para lavar la ropa y la otra, la más pequeña, Carmen, se encontraba aprendiendo a bordar para confeccionarle la cinta con la que sus padres atarían las manos de Juan en su ordenación sacerdotal.

De su casa le llevaron al calabozo municipal, y de allí, con los otros dos seminaristas, José Merino y Miguel Díaz, sobre las cuatro de la tarde, lo trasladaron a El Burgo, donde quedaron sus dos compañeros, martirizados en la noche del 7 al 8, mientras Juan fue llevado, por la carretera de Ardales, hasta Álora.

Los motivos para no asesinar a Juan en El Burgo, como hicieron con los otros, y llevarlo a Álora no son suficientemente conocidos, pero parece ser fruto de un acuerdo del Comité Local de Yunquera con algún dirigente revolucionario de Álora.

En Álora, fue llevado primeramente a una posada y, después, a la Garipola o calabozo municipal, en el que durante varios días fue sometido a torturas, con las que pretendían forzarle a blasfemar. Pero él siempre respondía: “¡Viva el Corazón de Jesús!” o “¡Viva Cristo Rey!”.

Las torturas y humillaciones a las que fue sometido en la Garipola fueron muy variadas: desde palizas diarias, introducción de cañas bajo las uñas, aplicación de corriente eléctrica en su genitales, (en una ocasión llegó a avisar que el cable se habría debido desconectar de la batería, porque no sentía la corriente) hasta paseos por las calles entre burlas y bofetadas con el mismo objetivo. De cómo se desarrollaban estos paseos hay testimonios de varios familiares y amigos, ya difuntos.

La buena gente de Álora vivió la pasión de Juan Duarte como la de un hijo o hermano muy querido. Fueron muchos los que deseaban que aquel sufrimiento, aquella insoportable muerte lenta acabase de una vez. Algún bienintencionado llegó a hablar con él para convencerlo y que cediera en su actitud.
De la Garipola lo llevaron a la cárcel, que entonces se encontraba en la Plaza Baja, hoy Plaza de la Iglesia. Allí se inició el sádico proceso de mortificación, psíquico y físico, que habría de llevarle al fin hasta la muerte.

“El Chato”, uno de los milicianos mas sanguinarios de la zona, recurrió a su amante, una joven de 16 años conocida como “la Nona”, de nombre I.C.R. metiéndola en la celda del “curita” (como ella llamaba a Duarte) con el fin de que pecara de pureza. No consiguió absolutamente nada, a pesar de los métodos que debió emplear para ello. La furia que sintió “el Chato” fue tal que se dirigió a un barbero junto con su amante “la Nona” y le pidió la navaja de afeitar, volvieron a la cárcel y ayudó a que la Nona cortara de un tajo los órganos genitales del seminarista. Realizada esta salvaje acción, cuando Juan Duarte recuperó el conocimiento, sólo preguntaba a los demás presos que estaban en la misma celda: “Pero ¿qué me han hecho, qué me han hecho?”. La Nona los puso en un plato y los paseó por todo el pueblo; a los que miraban les decía: “Son los huevos del curita, para ser cura no los va a necesitar”. Después se los entregó al Chato que los recogió con un pañuelo, se fue a la posada y le pidió a Frasquita Dueña que se los guisara. Luego el Chato se los arrojó a los perros, mas como estos no hicieron caso, Frasquita los recogió, los guardó en una caja de metal y los enterró en una cuadra, bajo una pila de estiércol. Como es natural, tras esa horrible mutilación, con la perdida de sangre que trajo consigo, dejó a Juan muy débil en su cuerpo y casi aletargado, pero con más fuerza y prontitud en su espíritu.



Como la indignación de mucha gente de Álora aumentaba por días y la actitud de Juan Duarte se hacía más provocadora –pues con serenidad preguntaba a sus verdugos si no se daban cuenta de que lo que le hacían a él se lo estaban haciendo al Señor–, los dirigentes del Comité decidieron acabar con él proporcionándole una muerte horrenda. Esta muerte se llevó a cabo en la noche del día 15 de noviembre. Lo bajaron al Arroyo Bujía, a kilómetro y medio de la estación de Álora, y allí a unos diez metros del puente de la carretera, lo tumbaron en el suelo y con un machete lo abrieron en canal de abajo a arriba, le llenaron de gasolina el vientre y el estómago y luego le prendieron fuego.

Durante este último tormento, Juan Duarte solo decía: “Yo os perdono y pido que Dios os perdone… ¡Viva Cristo Rey!”.
Las últimas palabras que salieron de su boca con los ojos bien abiertos y mirando al cielo fueron: “¡Ya lo estoy viendo… ya lo estoy viendo!”.
Los mismos que intervinieron en su muerte contaron luego en el pueblo que uno de ellos le interpeló: “¿Qué estás viendo tú?”. Y acto seguido, le descargó su pistola en la cabeza.
Durante varios días continuaron disparando al cadáver, que permaneció insepulto hasta que fue enterrado en el mismo arroyo.




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