miércoles, 19 de abril de 2023

AMOR MATERNAL (Emilio de la Cerda)

 

   Un puerto tiene la vida,
lago trasparente, en calma, 
donde halla siempre acogida 
la existencia combatida 
por las tormentas del alma. 
   Y en él, misteriosa brilla 
una luz, como encendido 
fanal, que en santa capilla 
muestra un refugio en la orilla 
al náufrago desvalido. 
   Allí termina el dolor, 
y el alma puede sentir 
ese verdadero amor, 
tan puro como una flor 
que el cáliz comienza á abrir. 
   Que aunque muera la ilusión, 
y al pecho el dolor taladre, 
aún reserva el corazón 
un misterioso rincón 
para el amor de una madre.
   ¡Una madre... qué vacío 
siente el alma dolorida 
que ha visto helarse, Dios mio, 
aquel ser, que era el rocío 
de las flores de su vida! 
   Una madre, es el crisol 
donde se acendra el cariño; 
es el purísimo sol 
que colora de arrebol 
nuestra existencia de niño. 
   Es el ángel tutelar 
de cuyos labios risueños, 
hemos solido escuchar 
el dulcísimo cantar 
que arrullaba nuestros sueños. 
   Es aquella mano santa 
que en la loca juventud, 
guiando va nuestra planta 
hacia el templo do levanta 
su áureo trono la Virtud. 
   En la nuestra penetrando 
aquella mirada ardiente, 
parece va sondeando 
los secretos de la mente 
que nos están torturando. 
   Allí se ve reflejar 
nuestra paz o nuestro anhelo, 
como vemos retratar 
sobre las olas del mar 
los tornasoles del cielo.
   Son suyos nuestros dolores, 
suyas nuestras alegrías, 
ama con nuestros amores, 
odia con nuestros rencores, 
sufre nuestras agonías. 
   Mas ¡ay! que en nuestra locura, 
Somos ingratos a veces, 
que pagamos su ternura 
dándole a beber, las heces 
del cáliz de la amargura. 
   ¡Sí, pobres madres! no ignoran 
que su destino es sufrir... 
Pobres ángeles que lloran 
tal vez sin hacerse oír 
de los ingratos que adoran. 
   Que llegan a posponer 
su amor a otro extraño... mas 
¿puede esto una madre hacer? 
Si un hijo es ser de su ser
¿cómo olvidarle? Jamás. 
   Que ha de verse abandonada 
por un hijo, y en su abono 
siempre encuentra enamorada 
la causa justificada 
de su bárbaro abandono. 
   Bien comprende el corazón 
esta verdad, aunque alarde 
haga de su impía acción; 
bien sabe que nunca es tarde 
para obtener el perdón.
   Y si un día, el sufrimiento 
llega el alma a lacerar, 
y triste, falto de aliento 
vuelve el hijo el pensamiento 
hacia su ángel tutelar, 
   ve que una madre en la vida 
es puerto de dulce calma, 
donde halla siempre acogida 
la existencia combatida 
por las tormentas del alma. 
   Madre, es el nombre primero 
que el tierno infante formula; 
él es también el postrero 
que como un ¡ay! lastimero 
el moribundo articula. 
   Feliz quien al desatar 
de la vida el duro lazo, 
puede a una madre abrazar, 
y el último aliento dar 
en su maternal regazo.

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