Un puerto tiene la vida,
lago trasparente, en calma,
lago trasparente, en calma,
donde halla siempre acogida
la existencia combatida
por las tormentas del alma.
Y en él, misteriosa brilla
una luz, como encendido
fanal, que en santa capilla
muestra un refugio en la orilla
al náufrago desvalido.
Allí termina el dolor,
y el alma puede sentir
ese verdadero amor,
tan puro como una flor
que el cáliz comienza á abrir.
Que aunque muera la ilusión,
y al pecho el dolor taladre,
aún reserva el corazón
un misterioso rincón
para el amor de una madre.
¡Una madre... qué vacío
siente el alma dolorida
que ha visto helarse, Dios mio,
aquel ser, que era el rocío
de las flores de su vida!
Una madre, es el crisol
donde se acendra el cariño;
es el purísimo sol
que colora de arrebol
nuestra existencia de niño.
Es el ángel tutelar
de cuyos labios risueños,
hemos solido escuchar
el dulcísimo cantar
que arrullaba nuestros sueños.
Es aquella mano santa
que en la loca juventud,
guiando va nuestra planta
hacia el templo do levanta
su áureo trono la Virtud.
En la nuestra penetrando
aquella mirada ardiente,
parece va sondeando
los secretos de la mente
que nos están torturando.
Allí se ve reflejar
nuestra paz o nuestro anhelo,
como vemos retratar
sobre las olas del mar
los tornasoles del cielo.
Son suyos nuestros dolores,
suyas nuestras alegrías,
ama con nuestros amores,
odia con nuestros rencores,
sufre nuestras agonías.
Mas ¡ay! que en nuestra locura,
Somos ingratos a veces,
que pagamos su ternura
dándole a beber, las heces
del cáliz de la amargura.
¡Sí, pobres madres! no ignoran
que su destino es sufrir...
Pobres ángeles que lloran
tal vez sin hacerse oír
de los ingratos que adoran.
Que llegan a posponer
su amor a otro extraño... mas
¿puede esto una madre hacer?
Si un hijo es ser de su ser
¿cómo olvidarle? Jamás.
Que ha de verse abandonada
por un hijo, y en su abono
siempre encuentra enamorada
la causa justificada
de su bárbaro abandono.
Bien comprende el corazón
esta verdad, aunque alarde
haga de su impía acción;
bien sabe que nunca es tarde
para obtener el perdón.
Y si un día, el sufrimiento
llega el alma a lacerar,
y triste, falto de aliento
vuelve el hijo el pensamiento
hacia su ángel tutelar,
ve que una madre en la vida
es puerto de dulce calma,
donde halla siempre acogida
la existencia combatida
por las tormentas del alma.
Madre, es el nombre primero
que el tierno infante formula;
él es también el postrero
que como un ¡ay! lastimero
el moribundo articula.
Feliz quien al desatar
de la vida el duro lazo,
puede a una madre abrazar,
y el último aliento dar
en su maternal regazo.
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