¡Buenos días!
Como cada domingo, igual que los primeros cristianos, hoy nos reuniremos como comunidad convocada por Cristo Resucitado.
No olvidemos que Él se ha quedado con nosotros en la Eucaristía para devolvernos, como a los de Emaús, la ilusión, la fe, la alegría y la esperanza.
Adjunto una reflexión que nos vendrá bien meditar “NO HUIR A EMAÚS” y una oración que nos vendrá bien meditar en un rato de oración personal.
Buen y bendecido Día del Señor
Lectura del santo evangelio según san Lucas 24, 13-35
NO HUIR A EMAÚS
No son pocos los que miran hoy a la Iglesia con pesimismo y desencanto. No es la que ellos desearían. Una Iglesia viva y dinámica, fiel a Jesucristo, comprometida de verdad en construir una sociedad más humana. La ven inmóvil y desfasada, excesivamente ocupada en defender una moral obsoleta que ya a pocos interesa, haciendo penosos esfuerzos por recuperar una credibilidad que parece encontrarse «bajo mínimos». La perciben como una institución que está ahí casi siempre para acusar y condenar, pocas veces para ayudar e infundir esperanza en el corazón humano. La sienten con frecuencia triste y aburrida, y de alguna manera intuyen –con el escritor francés Georges Bernanos– que «lo contrario de un pueblo cristiano es un pueblo triste». La tentación fácil es el abandono y la huida. Algunos hace tiempo que lo hicieron, incluso de manera ruidosa: hoy afirman casi con orgullo creer en Dios, pero no en la Iglesia. Otros se van distanciando de ella poco a poco, «de puntillas y sin hacer ruido»: sin advertirlo apenas nadie se va apagando en su corazón el afecto y la adhesión de otros tiempos. Ciertamente sería un error alimentar en estos momentos un optimismo ingenuo, pensando que llegarán tiempos mejores. Más grave aún sería cerrar los ojos e ignorar la mediocridad y el pecado de la Iglesia. Pero nuestro mayor pecado sería «huir hacia Emaús», abandonar la comunidad y dispersarnos cada uno por su camino, hundidos en la decepción y el desencanto. Hemos de aprender la «lección de Emaús». La solución no está en abandonar la Iglesia, sino en rehacer nuestra vinculación con algún grupo cristiano, comunidad, movimiento o parroquia donde poder compartir y reavivar nuestra esperanza en Jesús. Donde unos hombres y mujeres caminan preguntándose por él y ahondando en su mensaje, allí se hace presente el Resucitado. Es fácil que un día, al escuchar el Evangelio, sientan de nuevo «arder su corazón». Donde unos creyentes se encuentran para celebrar juntos la eucaristía, allí está el Resucitado alimentando sus vidas. Es fácil que un día «se abran sus ojos» y lo vean. Por muy muerta que aparezca ante nuestros ojos, en esta Iglesia habita el Resucitado. Por eso también aquí tienen sentido los versos de Antonio Machado: «Creí mi hogar apagado, revolví las cenizas… me quemé la mano».
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QUÉDATE CON NOSOTROS, SEÑOR. Porque, sin Ti, es huérfano nuestro caminar triste nuestro canto e insípido nuestro existir. Porque, sin Ti, la vida no es vida y la muerte es triunfadora sobre nuestra suerte.
QUÉDATE CON NOSOTROS, SEÑOR. Porque, para vivir, necesitamos verte. Porque, para no fracasar, es bueno que camines a nuestro lado y compartas nuestras ilusiones y nuestros sueños y te hagas sabedor y conocedor de nuestras dudas y fracasos.
QUÉDATE CON NOSOTROS, SEÑOR. Para volver de lo antiguo a lo nuevo. Para regresar de los caminos equivocados Para llevar esperanza a un mundo perdido. Para que, la noche de la fe, dé lugar al esplendor de la luz del día.
QUÉDATE CON NOSOTROS, SEÑOR. Porque anochece si Tú no eres el sol que nos ilumina. Porque atardece si Tú no eres la luz que nos guía. Porque ennegrecen nuestros días si Tú no les das paz, fuerza y armonía.
QUÉDATE CON NOSOTROS, SEÑOR. Para que la tristeza sea amordazada por la alegría de la Pascua. Para que nuestra fe sea contagiosa, pascual, vibrante y entusiasta.
QUÉDATE CON NOSOTROS, SEÑOR. Y que no dejemos de avanzar por los caminos de la vida dando a conocer lo que tu presencia aporta a nuestros días. Y que no dejemos de pregonar lo que tu compañía enriquece a nuestro caminar por la Tierra.
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