Caminando al azar una mañana
del espléndido abril galano y fresco,
en la calle de un barrio pintoresco
me detuvo una clásica gitana.
Abrí mi mano ante su ciencia vana
(más que ciencia conjuro picaresco),
y aprendí que el relato gitanesco
reputaba feliz mi edad temprana.
"-¡Me atribuyes delicias y venturas
-le dije- cuando en olas de amarguras
náufrago ya mi corazón se siente!...
Mas cómo has de sondar mi triste arcano,
si estudias las arrugas de mi mano
y no miras los surcos de mi frente!...".
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