Buenos días. Es jueves y rezamos por las vocaciones al sacerdocio. Las lecturas nos presentan una bonita imagen: el hombre que confía en Dios y sigue sus caminos será como un árbol que crece al borde de la acequia, vivirá siempre lleno de Dios, pero el hombre que sólo espera recompensas y confía en sus propias fuerzas será como el rico del evangelio, que vivió siempre apartado de Dios y por eso murió sin llegar a Él. Todo lo que tenía le bastaba y a la vez le impedía descubrir donde tenía que poner su corazón. Cuidemos nuestra alma y corazón para que siempre beban de las riquezas de Dios y no vivamos pagados de nuestras soberbias. Seamos buenos, confiemos en Dios y seremos felices.
1ª Lectura (Jer 17, 5-10): Esto dice el Señor: «Maldito quien confía en el hombre, y busca el apoyo de las criaturas, apartando su corazón del Señor. Será como cardo en la estepa, que nunca recibe la lluvia; habitará en un árido desierto, tierra salobre e inhóspita. Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza. Será un árbol plantado junto al agua, que alarga a la corriente sus raíces; no teme la llegada del estío, su follaje siempre está verde; en año de sequía no se inquieta, ni dejará por eso de dar fruto. Nada hay más falso y enfermo que el corazón: ¿quién lo conoce? Yo, el Señor, examino el corazón, sondeo el corazón de los hombres para pagar a cada cual su conducta según el fruto de sus obras».
Salmo responsorial: 1
R/. Dichoso el hombre que ha puesto su confianza en el Señor.
Dichoso el hombre que no sigue el consejo de los impíos ni entra por la senda de los pecadores, ni se sienta en la reunión de los cínicos; sino que su gozo es la ley del Señor, y medita su ley día y noche.
Será como un árbol plantado al borde de la acequia: da fruto en su sazón y no se marchitan sus hojas; y cuanto emprende tiene buen fin.
No así los impíos, no así; serán paja que arrebata el viento. Porque el Señor protege el camino de los justos, pero el camino de los impíos acaba mal.
Versículo antes del Evangelio (Lc Cf. 8, 15): Bienaventurados los que con corazón bueno y muy sano retienen la palabra de Dios y dan fruto por su paciencia.
"Había un hombre rico y un mendigo llamado Lázaro estaba echado en su portal" (Lc 16, 19-31)
Madre mía, Señor, aquella escena ¡nos es, por desgracia, tan familiar, tan actual, tan de nuestro tiempo! Y quizás hasta nos parece que no, que eso ya no existe, que eso son historias de otros tiempos, de otros lugares, de otras realidades. Pero la verdad, la pura verdad, es que hay mucho rico banqueteando y muchos Lázaros esperando recibir las migajas que a nosotros nos sobran.
Señor Jesús, no vamos bien. Este mundo nuestro no termina de entender que somos la misma familia humana, que las diferencias que hay entre ricos y pobres claman el cielo, que no podemos continuar así, que sólo el amor salva, que sólo si la gente se quiere podemos revertir tanta injusticia y tanta falta de humanidad.
Señor Jesús, danos entrañas de misericordia, haznos sensibles ante las necesidades de los más pobres, haz que la miseria de tantos no nos sea indiferente, ni que pensemos que la solución no está en cada uno de nosotros.
Señor Jesús, Tú nos dijiste que pobres tendríamos siempre entre nosotros, pero el proyecto que nos dejaste y que hemos acogido y decidido vivir, conlleva hacernos cargo y encargarnos de los otros, de tantos hombres y mujeres que sólo sobreviven. Te pedimos que nos capacites para abrir bien los ojos, para ver desde Ti y ser para tantos Lázaros, bálsamo y ungüento, ternura y alimento, caricia y esperanza.
Así te lo pido. Así sea.
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