Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del purgatorio, aquellas tres falsas acusaciones que los judíos dieron contra Ti a Pilato; esto es, que engañabas a los pueblos, que mandabas no se pagara tributo al César y que te hacías rey de los judíos.
Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del purgatorio, aquella gran humildad con que te dejaste llevar atado por las calles públicas de Jerusalén, y presentarte como a malhechor al rey Herodes, quien hizo burla y escarnio de tu inocencia y grandeza divina.
Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del purgatorio, aquel vilísimo desprecio con que te trató aquel soberbio rey cuando mandó ponerte vestidura blanca, como a un loco, y presentarte así delante de los príncipes, escribas y fariseos, y de una turba muy grande.
Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del purgatorio, aquellos gravísimos escarnios que sufriste de todo el pueblo cuando por las calles de Jerusalén te llevaban con la vestidura blanca y te llenaban de injurias y baldones.
Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del purgatorio, aquellas horribles voces de los judíos cuando decían: "¡Muera, muera!, ¡crucifícalo, crucifícalo!", y daban por libre a Barrabás hiriendo con tan cruel sentencia tu purísimo Corazón y el de tu Santísima Madre.
Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del purgatorio, aquellos pasos que diste hacia la columna donde habías de ser azotado, y aquella grandeza de amor y humildad con que te ofreciste a tan cruelísimo tormento.
Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del purgatorio, aquel gran rubor y vergüenza que tuviste cuando te desnudaron por el tormento, y asimismo aquellos vivísimos dolores que te causaron las ligaduras de los brazos y las manos, que fueron de fuerte mortificación.
Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del purgatorio, uno por uno, todos aquellos fuertes azotes que dieron a tu sacratísimo cuerpo aquellos verdugos infernales, rompiendo tus carnes santísimas y derramando copiosamente tu preciosa sangre.
Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del purgatorio, aquel imponderable dolor que tuvo tu Madre Santísima por este tormento; pues cuantos golpes dieron en tu delicadísimo Cuerpo, tantos puñales atravesaron sus purísimas entrañas.
Yo te ofrezco, dulcísimo Jesús, por las almas del purgatorio, aquellos horribles dolores que te causaron por todo tu cuerpo santísimo, y las llagas que te hicieron con más de cinco mil azotes, y aquel desmayo tan grande que al último tuviste por el intenso dolor y falta de sangre, cayendo en tierra como difunto.
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