jueves, 28 de marzo de 2024

ORACIÓN DE LOS MÁRTIRES DE LA DIÓCESIS DE MÁLAGA DEL SIGLO XX: SIERVO DE DIOS CELEDONIO MARTÍN TINOCO



 

El cura Celedonio Martín Tinoco llegó a Tolox (Málaga) en 1900 y allí vivió, como un paisano más, hasta su muerte. La cercanía –de apenas 20 metros– desde la entrada de la iglesia a la casa de José, propició una amistad, superior a la habitual, entre el cura y José, padre de ocho hijos. 

Al iniciarse la guerra civil la iglesia fue saqueada, sus imágenes destrozadas y quemados casi todos sus enseres, nada extraordinario en los inicios de aquella guerra fraticida.

La memoria nos cuenta que uno de los monaguillos de la iglesia, hijo de una familia muy humilde del pueblo, fue un niño acogido por el cura, al que diariamente daba de comer y casi siempre le llenaba una talega con comida para los hermanos y alguna “perra gorda” para ayudar a la familia. En 1936, el chaval ya contaba con 18 años, había dejado la “carrera eclesiástica” y se había incorporado al trabajo en el campo. Aquel año, con el comienzo del conflicto bélico, el monaguillo hizo otra incorporación a su curriculum, encabezó una partida de republicanos y se puso entre sus objetivos bélicos algo que nadie en el pueblo logró entender. 

Don Celedonio, que temió por su vida –cuando vio a lo que había quedado reducida la iglesia– rogó a José que lo ocultara en su casa. En ella había rincones que bien disimulados por sacos de cosechas y múltiples utensilios del campo fueron el refugio del cura durante algún tiempo. 

La banda del Monaguillo, como se la conocía en el pueblo, registró casa por casa, hasta que por exclusión concluyeron que la única donde –por su tamaño– el cura podía haberse ocultado, era la de José. 

Un atardecer golpearon la puerta con tal fuerza que los hijos de José, casi todos unos niños, corrieron al fondo de la casa y se ocultaron donde pudieron por orden de su padre. 

¡José, sabemos que el cura está escondido en tu casa! ¡Así que, o nos lo entregas o comenzaremos a fusilar a tus hijos por orden de edad! 

Don Celedonio oyó la amenaza, salió de su escondite, bajó unas escaleras y se entregó. Antes de salir de aquella casa, atado de manos, dirigió una mirada de eterno agradecimiento al vecino del pueblo que se jugó la vida por ocultarle. Aquella misma noche el cura fue fusilado.

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