Padre Nuestro, que estás en el Reino de los Cielos y siempre nos cuidas de todo mal y peligro, te suplico que perdones a aquellas almas pecadoras. Tú comprendes que el mal siempre dominó sus corazones y siempre te rechazaron, pero sé que no las abandonarás.
Ofrezco como sacrificio el infinito amor y misericordia de tu hijo Jesucristo.
Te suplico que perdones a las almas que jamás te glorificaron y solamente maldecían tu nombre.
Como penitencia te ofrezco en sacrificio las múltiples enseñanzas que Jesucristo nos regaló para glorificar tu santo nombre.
Padre misericordioso, te imploro que perdones a las almas que nunca desearon estar bajo tu gracia. Redime todos sus pecados y permite que tengan descanso eterno.
Te ofrezco la bondad y misericordia de tu hijo Jesucristo, porque su deseo siempre ha sido que todos seamos parte de tu Reino.
Te pido que perdones a las almas que durante su vida no siguieron tus designios, sino que optaron por hacer lo que el mal les aconsejaba.
Te ofrezco el corazón puro y sagrado de Jesucristo, el cual sufrió por culpa nuestra.
Te suplico que perdones a aquellas almas que siempre buscaban la desgracia de sus enemigos y jamás aprendieron la importancia de perdonar a los demás.
Te ofrezco en sacrificio las últimas palabras que Jesucristo dijo en la Cruz: «Padre, perdónalos, pues no saben lo que hacen».
Te ruego que perdones a las almas que se dejaron llevar de la debilidad del demonio y fueron víctimas de sus dulces tentaciones.
Te ofrezco el sufrimiento y dolor que tu hijo Jesucristo padeció solamente por mostrarnos el verdadero camino hacia tu Reino.
Señor Todopoderoso, suplico que perdones a todas las almas pecadoras para que puedan descansar en paz por el resto de la eternidad. Amén.
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