Detenido en su casa por vecinos del pueblo y un gran número de milicianos desconocidos, es llevado junto a otros compañeros seminaristas (el beato Juan Duarte, José Merino y Miguel Doña) al vecino pueblo de El Burgo.
Fue conducido a las afueras del pueblo, donde sufrió larga tortura, como la infligida por un miliciano que le hizo subir la cuesta del olivar de Taldarroba con él encaramado a sus espaldas, mientras le espoleaba como a un burro, a lo que respondía entonando una canción que decía: “¡Qué viva mi Cristo, que viva mi Rey!”. También fue obligado a trillar con los pies descalzos brasas ardientes, mientras los milicianos comían un chivo que habían guisado. Algunos, borrachos, se burlaban de él, a lo que respondía diciendo: "¡Viva Cristo Rey! Yo os perdono como Él perdonó a sus enemigos!"
Fue clavado con una bayoneta en el tronco de un olivo, donde sufrió una larga agonía. Finalmente fue rematado a tiros.
Al cabo de los años, su familia atendió económicamente a su verdugo, en situación de abandono y despreciado por el pueblo.
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