Sira nació en Seleucia de Elimiade, Abizarch, y que era hija de un ilustre sacerdote del fuego, seguidor de Zoroastro; aunque según otras referencias, su padre, llamado Iazdin o Yazden, era gobernador de la ciudad de Nisibe. Este, temiendo la influencia del cristianismo, mandó a su hija a la ciudad de Tarsis después de morir su esposa, para que allí fuera educada para ser sacerdotisa como él. Habiendo alcanzado este rango, le fue encargada la administración del templo de Ahura Mazda, siendo una sacerdotisa honorable y competente.
Tras conversar con unos mendigos cristianos, le interesó la fe cristiana y empezó a consultar los textos cristianos, aprendiendo oraciones, recitando salmos y ayunando. En una ocasión en que cayó enferma, y no encontrando remedio para mejorar, acudió a la iglesia cristiana de la ciudad y pidió poder tomar cenizas de los pebeteros para poder curarse con ellas. El sacerdote rechazó esto por que era una sacerdotisa pagana y la rechazó. Sira se postró a los pies del sacerdote, tocó su túnica y dijo "del mismo modo que la mujer que padecía un flujo de sangre tocó la túnica de Cristo y quedó sana, así espero yo sanar al tocar tu ropa", dejando estupefacto al sacerdote, quien no podía creer que una sacerdotisa pagana fuera conocedora del Evangelio.
Su familia empezó a sospechar de su inclinación hacia el cristianismo y enviaron a su madrastra para convencerla; esta la amenazó y le dijo que siguiera adorando a Ahura Mazda. Pero eso no impidió que Sira acudiera al obispo de Tarsis y le pidiera que la bautizara. El obispo la rechazó por miedo a la persecución de los paganos y a que ella negara a Cristo por miedo a su padre. Sira insistió en ser bautizada y el obispo que solo la bautizaría si le confesaba su fe a su familia.
A la mañana siguiente, cuando oficiaba su habitual sacrificio matutino atizando el fuego sagrado, volcó la bandeja de ofrendas y proclamó que era cristiana, negando a los falsos dioses. Su padre la golpeó hasta dejarla inconsciente y la encerró en un cuarto. Pasado el primer instante de ira, valiéndose de lágrimas y súplicas, le pidió en vano que regresara a la fe pagana. Como no lograra convencerla, la denunció al Sumo Sacerdote, luego al gobernador y finalmente al mismo emperador, Cosroes el Viejo.
Encarcelada y cargada de cadenas, Sira fue torturada con varas durante meses, pero se mantuvo firme. Sobornó al guarda de la prisión para que el obispo pudiera acceder a ella y le administró el bautismo. A partir de este momento, a Sira le fue concedido por el Señor el don de hacer milagros. Entre las torturas y humillaciones que padecía estaba el ser entregada a hombres impíos que, tras desnudarla, posaban sus miradas lascivas en su cuerpo y abusaban sexualmente de ella. Estos la golpeaban y se burlaban de ella diciendo que habían oído que sus cadenas se desprendían solas de su cuello, manos y pies; Sira se manteniéndose erguida y en silencio, haciendo caer las cadenas al suelo varias veces.
Después de tan largo calvario, Sira acabó enfermando de gravedad y, consciente de que estaba moribunda, suplicaba al Señor en la oscuridad de su celda que le diera la gracia del martirio. El Señor la oyó y le concedió la curación, para que no muriese de enfermedad, sino ejecutada. Al verla curada y bonita de nuevo, el guardia de la prisión y el centinela de su celda intentaron violarla, pero el Señor los castigó haciendo que uno se cayese muerto y el otro gravemente enfermo.
Finalmente, fue condenada a morir por estrangulamiento, orden que los verdugos llevaron a cabo con extrema crueldad. Colocaron una soga en su cuello y la fueron tensando por intervalos hasta casi asfixiarla, para luego aflojarla y dejarla respirar de nuevo, mientras le preguntaban si había cambiado de opinión y prefería seguir viva. Sira murmuró que jamás abandonaría su fe y que la mataran de una vez. Después de ser estrangulada hasta la muerte, su cuerpo fue arrojado a los perros, que no lo tocaron en absoluto, y después recogido y enterrado por los cristianos. Era el 15 de marzo del año 559.
Tras conversar con unos mendigos cristianos, le interesó la fe cristiana y empezó a consultar los textos cristianos, aprendiendo oraciones, recitando salmos y ayunando. En una ocasión en que cayó enferma, y no encontrando remedio para mejorar, acudió a la iglesia cristiana de la ciudad y pidió poder tomar cenizas de los pebeteros para poder curarse con ellas. El sacerdote rechazó esto por que era una sacerdotisa pagana y la rechazó. Sira se postró a los pies del sacerdote, tocó su túnica y dijo "del mismo modo que la mujer que padecía un flujo de sangre tocó la túnica de Cristo y quedó sana, así espero yo sanar al tocar tu ropa", dejando estupefacto al sacerdote, quien no podía creer que una sacerdotisa pagana fuera conocedora del Evangelio.
Su familia empezó a sospechar de su inclinación hacia el cristianismo y enviaron a su madrastra para convencerla; esta la amenazó y le dijo que siguiera adorando a Ahura Mazda. Pero eso no impidió que Sira acudiera al obispo de Tarsis y le pidiera que la bautizara. El obispo la rechazó por miedo a la persecución de los paganos y a que ella negara a Cristo por miedo a su padre. Sira insistió en ser bautizada y el obispo que solo la bautizaría si le confesaba su fe a su familia.
A la mañana siguiente, cuando oficiaba su habitual sacrificio matutino atizando el fuego sagrado, volcó la bandeja de ofrendas y proclamó que era cristiana, negando a los falsos dioses. Su padre la golpeó hasta dejarla inconsciente y la encerró en un cuarto. Pasado el primer instante de ira, valiéndose de lágrimas y súplicas, le pidió en vano que regresara a la fe pagana. Como no lograra convencerla, la denunció al Sumo Sacerdote, luego al gobernador y finalmente al mismo emperador, Cosroes el Viejo.
Encarcelada y cargada de cadenas, Sira fue torturada con varas durante meses, pero se mantuvo firme. Sobornó al guarda de la prisión para que el obispo pudiera acceder a ella y le administró el bautismo. A partir de este momento, a Sira le fue concedido por el Señor el don de hacer milagros. Entre las torturas y humillaciones que padecía estaba el ser entregada a hombres impíos que, tras desnudarla, posaban sus miradas lascivas en su cuerpo y abusaban sexualmente de ella. Estos la golpeaban y se burlaban de ella diciendo que habían oído que sus cadenas se desprendían solas de su cuello, manos y pies; Sira se manteniéndose erguida y en silencio, haciendo caer las cadenas al suelo varias veces.
Después de tan largo calvario, Sira acabó enfermando de gravedad y, consciente de que estaba moribunda, suplicaba al Señor en la oscuridad de su celda que le diera la gracia del martirio. El Señor la oyó y le concedió la curación, para que no muriese de enfermedad, sino ejecutada. Al verla curada y bonita de nuevo, el guardia de la prisión y el centinela de su celda intentaron violarla, pero el Señor los castigó haciendo que uno se cayese muerto y el otro gravemente enfermo.
Finalmente, fue condenada a morir por estrangulamiento, orden que los verdugos llevaron a cabo con extrema crueldad. Colocaron una soga en su cuello y la fueron tensando por intervalos hasta casi asfixiarla, para luego aflojarla y dejarla respirar de nuevo, mientras le preguntaban si había cambiado de opinión y prefería seguir viva. Sira murmuró que jamás abandonaría su fe y que la mataran de una vez. Después de ser estrangulada hasta la muerte, su cuerpo fue arrojado a los perros, que no lo tocaron en absoluto, y después recogido y enterrado por los cristianos. Era el 15 de marzo del año 559.
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