Buenos días. Hoy martes las lecturas nos presenta el testimonio de dos personajes: Eleazar y Zaqueo. El primero muestra su fe y coherencia de vida y respeto a Dios desde el principio hasta el final de la vida y se convierte en ejemplo para todos los judíos. El segundo muestra a un hijo de Abraham que se ha apartado de Dios y como Cristo muestra que ha venido a buscar lo que estaba perdido, y Zaqueo se convierte por medio del Amor sincero de Cristo. Hoy nosotros deberíamos descubrir lo que significa dar ejemplo y vivir con coherencia. Nuestro mundo relativista nos quiere convencer de que todo da igual, pero nuestro corazón siente, como Zaqueo, que no todo vale. Cristo es la salvación, seamos buenos, confiemos en Dios y abramos nuestras vidas al Señor.
1ª Lectura (2Mac 6,18-31): En aquellos días, a Eleazar, uno de los principales escribas, hombre de edad avanzada y semblante muy digno, le abrían la boca a la fuerza para que comiera carne de cerdo. Pero él, prefiriendo una muerte honrosa a una vida de infamia, escupió la carne y avanzó voluntariamente al suplicio, como deben hacer los que son constantes en rechazar manjares prohibidos, aun a costa de la vida. Los que presidían aquel sacrificio ilegal, viejos amigos de Eleazar, lo llevaron aparte y le propusieron que hiciera traer carne permitida, preparada por él mismo, y que la comiera, haciendo como que comía la carne del sacrificio ordenado por el rey, para que así se librara de la muerte y, dada su antigua amistad, lo tratasen con consideración.
Pero él, adoptando una actitud cortés, digna de sus años, de su noble ancianidad, de sus canas honradas e ilustres, de su conducta intachable desde niño y, sobre todo, digna de la Ley santa dada por Dios, respondió todo seguido: «iEnviadme al sepulcro! Que no es digno de mi edad ese engaño. Van a creer muchos jóvenes que Eleazar, a los noventa años, ha apostatado, y, si miento por un poco de vida que me queda, se van a extraviar con mi mal ejemplo. Eso sería manchar e infamar mi vejez. Y, aunque de momento me librase del castigo de los hombres, no escaparía de la mano del Omnipotente, ni vivo ni muerto. Si muero ahora como un valiente, me mostraré digno de mis años y legaré a los jóvenes un noble ejemplo, para que aprendan a arrostrar voluntariamente una muerte noble por amor a nuestra santa y venerable Ley».
Dicho esto, se dirigió en seguida al suplicio. Los que lo llevaban, poco antes deferentes con él, se endurecieron, considerando insensatas las palabras que acababa de pronunciar. Él, a punto de morir a fuerza de golpes, dijo entre suspiros: «Bien sabe el Señor, que posee la santa sabiduría, que, pudiendo librarme de la muerte, aguanto en mi cuerpo los crueles dolores de la flagelación, y los sufro con gusto en mi alma por respeto a él». Así terminó su vida, dejando, no sólo a los jóvenes, sino a toda la nación, un ejemplo memorable de heroísmo y de virtud.
No has venido a juzgar nuestros fallos y tonterías, sino a buscar a quien anda extraviado, defender a quien está acusado, liberar a quien está aprisionado, curar a quien está herido, acoger a quien está desamparado, lavar a quien está manchado, sanar a quien está enfermo, levantar a quien ha caído, salvar a quien se siente culpable, perdonar a quien ha pecado, devolver la dignidad a quien la ha perdido.
Tú que crees en nosotros, Tú que esperas de nosotros, Tú que nos amas más que nosotros mismos, Tú que eres mayor que todos nuestros pecados, recréanos y danos un futuro nuevo y mejor. Concédeme la gracia de saber salir de mi zona de confort para convertirme a ti de todo corazón.
Así te lo pido. Así sea.

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