Buenos días. Hoy miércoles las lecturas nos transmiten la entrega generosa que debemos hacer de nuestras vidas. Por eso, leemos en la primera lectura el testimonio, valiente y doloroso, que da una madre, intentando explicar a sus hijos que la vida es un regalo que nos ha sido dado por Dios y que el Creador quiere darnos su vida eterna. En el evangelio leemos que el Señor da gobiernos a los que han sido generosos y han trabajado para aumentar el tesoro que les dio, menos uno que se lo guarda y no lo trabaja, por eso cada uno de los siervos gana la felicidad, menos el que no fue capaz de hacer nada, que lo perdió todo. Vivamos la vida, como don de Dios, y siendo generosos y entregados llegaremos a la recompensa eterna. Seamos buenos y confiemos en Dios, porque al despertar a la vida seremos auténticamente felices.
1ª Lectura (2Mac 7, 1.20-31): En aquellos días, arrestaron a siete hermanos con su madre. El rey los hizo azotar con látigos y nervios para forzarlos a comer carne de cerdo, prohibida por la Ley. Pero ninguno más admirable y digno de recuerdo que la madre. Viendo morir a sus siete hijos en el espacio de un día, lo soportó con entereza, esperando en el Señor. Con noble actitud, uniendo un temple viril a la ternura femenina, fue animando a cada uno, y les decía en su lengua: «Yo no sé cómo aparecisteis en mi seno; yo no os di el aliento ni la vida, ni ordené los elementos de vuestro organismo. Fue el creador del universo, el que modela la raza humana y determina el origen de todo. Él, con su misericordia, os devolverá el aliento y la vida, si ahora os sacrificáis por su ley».
Antíoco creyó que la mujer lo despreciaba, y sospechó que lo estaba insultando. Todavía quedaba el más pequeño, y el rey intentaba persuadirlo, no sólo con palabras, sino que le juraba que si renegaba de sus tradiciones lo haría rico y feliz, lo tendría por amigo y le daría algún cargo. Pero como el muchacho no hacía ningún caso, el rey llamó a la madre y le rogaba que aconsejase al chiquillo para su bien. Tanto le insistió, que la madre accedió a persuadir al hijo; se inclinó hacia él y, riéndose del cruel tirano, habló así en su idioma: «Hijo mío, ten piedad de mí, que te llevé nueve meses en el seno, te amamanté y crie tres años y te he alimentado hasta que te has hecho un joven. Hijo mío, te lo suplico, mira el cielo y la tierra, fíjate en todo lo que contienen y verás que Dios lo creó todo de la nada, y el mismo origen tiene el hombre. No temas a ese verdugo, no desmerezcas de tus hermanos y acepta la muerte. Así, por la misericordia de Dios, te recobraré junto con ellos».
Estaba todavía hablando, cuando el muchacho dijo: «¿Qué esperáis? No me someto al decreto real. Yo obedezco los decretos de la ley dada a nuestros antepasados por medio de Moisés. Pero tú, que has tramado toda clase de crímenes contra los hebreos, no escaparás de las manos de Dios».
Salmo responsorial: 16
R/. Al despertar, Señor, me saciaré de tu semblante.
Señor, escucha mi apelación, atiende a mis clamores, presta oído a mi súplica, que en mis labios no hay engaño.
Mis pies estuvieron firmes en tus caminos, y no vacilaron mis pasos. Yo te invoco porque tú me respondes, Dios mío; inclina el oído y escucha mis palabras.
Guárdame como a las niñas de tus ojos, a la sombra de tus alas escóndeme. Pero yo con mi apelación vengo a tu presencia, y al despertar me saciaré de tu semblante.
Versículo antes del Evangelio (Jn 15, 16): Aleluya. Yo os he elegido del mundo, dice el Señor, para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca. Aleluya.
Señor, sé que a mí mucho se me ha dado: la vida, el día a día, tantas capacidades, tantos talentos, tantos proyectos, tantas posibilidades, tantas experiencias, tantas relaciones, tantas oportunidades, tantas personas, tantas pasiones, tantas experiencias, tantos dones… tanto.
Señor, sé que a mí mucho me has confiado: ser hijo tuyo, ser hermano de todos, ser discípulo tuyo, ser testigo de tu proyecto, ser profeta en medio del mundo, ser tu palabra y tus manos… ser desde Ti y contigo.
Señor, sé que a mí mucho se me ha dado y mucho se me ha confiado. Ojalá esté a la altura de las circunstancias.
Mucho me has dado, Señor, mucho quiero regalar y entregar de todo corazón. Mucho quiero darte. Dame la capacidad necesaria para agradecerte cuanto soy y tengo, y la fe necesaria para nunca olvidar que todo procede de Ti y a Ti se dirige.
Así te lo pido. Así sea.





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