Rosa y Julio jugaban en el comedor. Su madre acababa de dejar unos bonitos bizcochos en un plato. Julio los vio:
- ¡Mira, Rosita, qué apetitosos! -dijo adelantando la mano-, y este plato grande, ¡qué lleno está! Supongo que mamá no los ha contado; podemos comernos dos o tres, no se va a dar cuenta.
- Pero puede que Dios los haya contado -dijo Rosa.
Y Rosa tenía razón; Dios lo cuenta todo. Podéis engañar a la madre que os quiere; podéis conseguir engañaros a vosotros mismos, haciendo callar la voz que os habla muy bajo, pero a Dios no lo podéis engañar.
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