En las noches de invierno, el tenue brillo
del velador, charlar de muchas cosas,
en tanto que tus manos mariposas
vuelan sobre la caja del bolillo.
Otras noches leer algún sencillo
libro de rimas o galantes prosas,
o las historias tristes o medidas
de algún señor feudal de horca y cuchillo.
Más tarde, en la alcobita perfumada,
tras de breve oración, sobre la almohada
mi sien juntar a tu cabeza rubia,
y, en Dios y en ti fincada mi esperanza,
dormirme mientras caen en la labranza
los monótonos hilos de la lluvia.
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