Desde muy pequeña, Irene fue llamada para la vida religiosa por Dios. Quería consagrar su vida al Señor como monja. Sin embargo, al alcanzar la pubertad su belleza despertó sentimientos impropios en su benefactor, el monje Remigio.
Cuando el hombre hizo proposiciones indecentes a Irene, ella, escandalizada, lo reprendió y le recordó que aquello no era bueno a los ojos de Dios. Desde ese entonces, el monje albergó sentimientos vengativos en contra de la joven. Ella nunca salía del monasterio y vivía apartada del bullicio de la época, junto con dos de sus tías que tenían la misma edad que ella. Además eran supervisadas por su tío, que era el abad del Monasterio de Santa María.
Sucedió que una vez mientras Irene visitaba los sacramentos, fue vista por un joven llamado Britaldo, que era hijo del señor del pueblo. El muchacho quedó totalmente enamorado de ella, y al enterarse que sería monja se deprimió y dejó de comer. Irene al escuchar que el joven corría peligro de muerte, pidió a un grupo de personas respetables que la acompañaran a hablar con él.
Al verlo, le habló con mucha intensidad de su amor por Dios y su voto de castidad. Luego de prometerle que ella no sería de ningún hombre porque su pureza era del Creador, Britaldo se curó de la tristeza. Irene contenta de haber ayudado al muchacho, volvió al monasterio para dar gracias al Padre por la resolución de aquello.
Sin embargo, el monje Remigio vengativo, al saber lo sucedido le dio un brebaje a Irene, que le hizo enfermar del estómago. Su vientre se hinchó y era semejante al de una mujer embarazada; por supuesto rápidamente se regó que la joven estaba encinta.
Britaldo, al enterarse de esta noticia, enloqueció de los celos y mandó a un soldado a darle muerte a Irene.
Sucedió que una tarde la muchacha fue a orar al río Naban por todo aquello que le estaba sucediendo. Mientras estaba sumida en la plegaria y con lágrimas en los ojos, su garganta fue atravesada por la espada del asesino. Después de esto dejó caer el cuerpo de santa Irene al río.
Ante tal injusticia, mientras su tío el abad rezaba en el monasterio de Santa María, tuvo una revelación de lo que había sucedido a Irene. Usó su influencia sobre el pueblo, y en procesión se fueron por las orillas del río, hasta encontrar su cadáver. Sorprendidos, descubrieron que el cuerpo de la virgen había sido depositado en un sepulcro rodeado de flores. Al intentar removerlo, no pudieron y se dieron cuenta de que era voluntad de Dios que su hija descansara en ese lugar.
Hoy en día en el lugar se encuentra una estatua en honor a Santa Irene de Tancor. Su festividad se celebra el 20 de octubre según el santoral católico.
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