Su martirio tuvo lugar en Córdoba, España. Primero Fausto, después Jenaro y finalmente Marcial, que era el más joven, fueron atormentados en el potro. El juez ordenó a los verdugos que intensificasen gradualmente la tortura hasta que los mártires se decidiesen a ofrecer sacrificios a los dioses. Fausto gritó: «¡No hay más que un Dios, que es nuestro Creador!». El juez mandó que le cortasen la nariz, las orejas, los párpados y el labio inferior. A medida que le cortaban esas partes, el mártir prorrumpía en un himno de acción de gracias. Jenaro no salió mejor librado que su compañero y, entretanto, Marcial presenciaba con gran constancia el horrible espectáculo, tendido en el potro. El juez le exhortó a obedecer al edicto imperial, pero Marcial respondió resueltamente: «Jesucristo es mí único consuelo. Solo hay un Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, a quien sean dados todo honor y toda gloria». Los tres mártires fueron condenados a perecer quemados vivos y ofrecieron jubilosamente sus vidas.
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