Crisanto provenía de Alejandría, hijo de un noble patricio llamado Polemio, en tiempos del emperador Numeriano. Al mudarse a Roma con su padre, para estudiar , se hizo adepto a las lecturas cristianas y los Evangelios; posteriormente fue convertido al cristianismo por el presbítero Carpóforo y bautizado. Su padre, al ver su conversión procuró hacerlo volver al culto pagano, incluso lo encerró en un calabozo; al ver que tales medios fallaban intentó disuadirle mediante la voluptuosidad, llevándole mujeres a su celda; sin embargo, Crisanto se empecinó en la castidad. Entre las mujeres que le presentaron se encontraba la hermosa virgen vestal Daría, proponiéndole matrimonio con ella. Sin embargo, Crisanto convirtió a Daría también al cristianismo, con lo que aceptó casarse con ella, pero bajo el pacto previamente realizado con ella de guardarse castos en su matrimonio, lo que le otorgó la libertad a Crisanto y la posibilidad de seguir difundiendo la fe cristiana.
La misma leyenda cuenta que la pareja logró muchas conversiones, entre las cuales se encuentran un tribuno de nombre Claudio, su esposa Hilaria y sus dos hijos de nombres Mauro y Jasón, quienes fueron convertidos tras el arresto de la pareja por la promoción del cristianismo, convirtiendo, igualmente, a los setenta soldados de la guarnición que los tenían custodiados.
A Crisanto mandó el emperador poner en la cárcel, llamada Tuliano, que era oscura y dura, y a Daría llevar al lugar de las mujeres públicas, donde, puesta la santa doncella en aquel afrentoso lugar, lo convirtió con su presencia y oración en un devoto oratorio; porque el Señor envió un león, que habiéndose soltado de la leonera en que estaba, se puso delante de Daría, como quien la quería defender. Entró un mozo lascivo y deshonesto sin saber lo que pasaba, para afrentar y hacer fuerza a la santa virgen: salió a él el león, le derribó en el suelo, y teniéndole allí caído, y con el pavor y sobresalto, más muerto que vivo, miraba a la santa para ver lo que le mandaba que en aquel desventurado mozo hiciese. Le mandó que no le hiciese mal, y tomando ocasión de lo que él hacía, para obedecer a Dios, habló al mozo, y lo convirtió a la fe de Jesucristo, y libre ya de las garras del león (a quien la santa mandó que le dejase), comenzó a dar voces por toda la ciudad, que no había otro Dios, sino Jesucristo, a quien adoraban los cristianos. Fueron por el león, los que tenían cargo de él; mas regido por Dios, se volvió contra ellos; y con esta ocasión ellos también se convirtieron, y fueron pregoneros de la grandeza y majestad del Señor. Mandó Celerino, prefecto, poner fuego alrededor del aposento donde estaba Daría y el león, para que allí fuesen quemados, mas por voluntad del Señor el león, tomando la bendición de la santa, bajó su cerviz y pasó por la llama sin quemarse, y por toda la ciudad, sin hacer mal a nadie, ni recibirle. Después de esto colgaron a Crisanto en un madero, que se quebró, y las ataduras se rompieron, y las hachas, que estaban encendidas para quemarle los costados, se apagaron. Quisieron atormentar a Daría, mas los nervios de las manos de los verdugos se encogieron con tan gran dolor y sentimiento, que la dejaron. Finalmente, los llevaron fuera de la ciudad en la vía Salaria, y allí hicieron una gran hoya, y los pusieron vivos en ella, echando sobre ella tierra y piedras, y juntamente fueron martirizados y sepultados. Obró Dios nuestro Señor grandes milagros por estos santos, y por su intercesión dio salud a muchos enfermos.
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