Era hija de un sátrapa de nombre Dióscoro, quien la encerró en un castillo para evitar que se casara tan joven y para evitar el proselitismo cristiano. Durante su encarcelamiento tenía maestros que le enseñaban poesía y filosofía, entre otros temas. Por esto mismo, y porque su padre estaba ausente, Bárbara se convirtió al cristianismo y mandó un mensaje a Orígenes, considerado un erudito de la Iglesia cristiana, para que fuera a educarla en esta fe. Después de ser bautizada, mandó construir una tercera ventana en su habitación, simbolizando así la Santísima Trinidad. Cuando su padre fue a verla, se declaró cristiana y se opuso al matrimonio que este le proponía, diciendo que elegía a Cristo como su esposo. Entonces su padre se enfadó y quiso matarla en honor a sus dioses paganos. Por eso, Bárbara huyó y se refugió en una peña, milagrosamente abierta para ella, pero pese al milagro, fue capturada.
Su martirio fue el mismo que el de san Vicente: fue atada a un potro, flagelada, desgarrada con rastrillos de hierro, colocada en un lecho de trozos cortantes de cerámica y quemada con hierros candentes. Finalmente, el mismo rey Dióscoro la envió al tribunal, donde el juez dictó la pena capital por decapitación. Su mismo padre fue quien la decapitó en la cima de una montaña, tras lo cual un rayo lo alcanzó, dándole muerte también.
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