Si Remedios supiera que esta tarde va a morir quizás rogaría a Dios por su alma o acabaría el anisete que guarda para las ocasiones y, con total seguridad, abriría la jaula a sus periquitos. Pero ajena a toda sospecha, se sienta en el mirador por si ve venir al joven. Lo conoció esta mañana cuando buzoneaba propaganda en el portal y se ofreció a llevarle las bolsas de la compra. ¡Con lo difícil que es encontrar a alguien que escuche a una vieja! Sin embargo, a él parecía interesarle todo lo que le contaba mientras subían las escaleras. Fue tan amable que prometió volver para arreglarle el grifo del lavabo. Ahora lo ve cruzar la calle cargado con un bolsón donde –piensa– guardará sus herramientas y se levanta para poner la cafetera en el fuego. Antes de que suba el café suena el timbre de la puerta.
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