Al verlo, todos murmuraban diciendo: «Ha ido a hospedarse a casa de un hombre pecador». Zaqueo, puesto en pie, dijo al Señor: «Daré, Señor, la mitad de mis bienes a los pobres; y si en algo defraudé a alguien, le devolveré el cuádruple». Jesús le dijo: «Hoy ha llegado la salvación a esta casa, porque también este es hijo de Abraham, pues el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido».
“Zaqueo trataba de ver quién era Jesús, pero no lo lograba a causa del gentío, porque era pequeño de estatura” (Lc 19,1-10)
Señor Jesús ¡qué bonito es el evangelio de hoy! ¡Cuántas señales nos envía, cuántos detalles, ese juego de miradas, ese querer verte, ese querer salvar tuyo, esa petición a entrar en nuestra casa y ese diálogo transformador! Nosotros, una mañana más, como aquel Zaqueo, reconocemos que nos gustaría verte. A veces no queremos escucharte, sólo nos gustaría verte. Pero claro, Tú sí te fijas en nosotros y no sólo quieres vernos sino permanecer en nosotros. ¡Cómo nos gustaría esperarte como Zaqueo!
Señor Jesús, dice el evangelio que era pequeño de estatura. Era pequeño por dentro, no lograba llenar su vacío con todo lo que tenía, estaba necesitado de sentido, de cariño, de vida verdadera. ¡Cómo nos gustaría crecer en hondura y profundidad!
Señor Jesús, aquel encuentro contigo lo cambió todo. Zaqueo dijo “aquí estoy” y Tú dijiste “yo también”. Que en este nuevo día renovemos cada uno de nosotros ese “aquí estoy” y nos dejemos acompañar por tu “yo también”. Que al encontrarnos contigo todo cambie, nos transformes interiormente y se note exteriormente. Así lo necesitamos, así te lo pedimos, así sea.
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