Querido benjamín de la Iglesia, abrasado serafín de la Compañía de Jesús, cuyo sagrado instituto abrazaste por orden de la misma Reina de los Ángeles, haciendo para ello en traje de peregrino un largo y penoso viaje. Hermoso Estanislao, en cuyos dichosos brazos descansó el niño Dios, trayéndote milagrosamente la salud y recreándote con su dulcísima presencia. Ángel en carne humana, a quién repetidas veces los espíritus angélicos dieron milagrosamente el Pan de los Ángeles. Nobilísimo joven, que niño secular contenías con tu modestia a la juventud disoluta, y ya novicio de la Compañía arrastrabas a otros con tu noble ejemplo a la más sublime perfección. Tú, cuyo pecho abrigaba tanto fuego de amor divino, que no cesó de abrasarte hasta consumirte, haz, amabilísimo santo mío, que prenda en mi corazón una centella de la llama celestial, que consumiendo mi amor propio, purifique mi espíritu de manera que logre después de este destierro entregar mi alma en los brazos de María Santísima, y reinar contigo eternamente en el cielo. Amén.
No hay comentarios:
Publicar un comentario