No te espantes por más que te veas acosado de tentaciones. El demonio, dice san Agustín, es semejante a un perro atado a la cadena: puede ladrar, pero no puede morder a los que no quieren ser mordidos. Santíguate con devoción y reza con mucha calma y confianza alguna de las siguientes invocaciones:
Ven. oh Dios, en mi ayuda. Apresúrate, Señor, a socorrerme.
Te amo, Dios mío, dame tu gracia para que nunca te ofenda.
Oh María, sin pecado concebida, ruega por mí que a Ti acudo.
¡Oh Señora mía! ¡Oh Madre mía!, acuérdate de que soy todo tuyo. Guárdame y defiéndeme como cosa y posesión tuya.
¡Antes morir que pecar!
Angel mío, defiéndeme.
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