Una vez, en la tierra de Shien-Lon, llovió intensamente durante muchos días seguidos…
Las semanas transcurrían bajo el intenso aguacero, desgranando, gota a gota, el paso inexorable de las horas…
Llovió tanto que el gran río Yang-Tse llegó a desbordarse, inundando como un mar todas las comarcas vecinas.
Solo quedaban sobre el nivel de las aguas, algunas colinas bajas y aisladas, que formaban pequeños remansos, entre el turbulento correr de las aguas…
Pronto también aquellos pequeños promontorios quedarían anegados y todos los seres vivientes en esos refugios se ahogarían.
En una de esas pequeñas islas, rodeadas por un mar de aguas marrones y lodosas, había quedado atrapado un alacrán…
De repente, el alacrán vio a una rana nadando alegremente en el agua.
Entonces el alacrán le dijo:
- Oye, rana, llévame sobre tu lomo hasta tierra firme… Si no me salvas, moriré ahogado…
La rana miró al alacrán, dubitativa, y le contestó:
- No… no puedo llevarte, porque si subes sobre mi lomo me picarás y moriré…
- Anda, rana… ¡Sálvame! Prometo formalmente no picarte con mi aguijón…
La rana asomó la verde cabeza fuera del agua y dijo:
- No, no me fío de ti… Me picarás… Eres un alacrán…
- ¡No! -respondió el alacrán- ¡No te picaré! ¡Lo juro! ¡Anda, sálvame! Y puedes tener mi palabra de honor de que no te picaré…
- Está bien -dijo la rana-. Acepto tu palabra, pero lo haré con esa condición.
Y así fue como el alacrán montó sobre el lomo de la rana y ambos se dirigieron nadando hacia la salvación…
La rana vigorosa daba amplias brazadas sobre la superficie espejada del agua. Sus fuertes patas traseras impulsaban a ambos en dirección de las tierras altas, dejando una estela de espuma ondulante.
Estuvieron nadando varias horas, hasta que ya se empezaba a divisar sobre el brumoso horizonte la oscura línea que anunciaba las verdes colinas de Lushan, aquellas donde el agua ya no podía llegar y que serían la salvación del alacrán.
Y así, iban bogando, a través de aquel inmenso piélago interior, cuando de repente la rana sintió un fuerte dolor en la nuca..
Era un dolor agudo, lacerante, adormecedor…
Enseguida, comenzó a estremecerse…
El veneno corría raudo a través de sus venas, paralizando los miembros y obnubilando los sentidos…
La rana se dio cuenta de que el aguijón del alacrán había penetrado en sus carnes, inyectando el letal veneno…
Ya, en el último instante de lucidez, alcanzó a musitar:
- Alacrán… ¿Por qué me has picado? La tierra firme aún está muy lejos, ahora moriremos los dos…
Y mientras ambos se hundían en el agua, irremisiblemente, el alacrán alcanzó a decir:
-Perdóname… No pude evitarlo… Soy un alacrán.
Las semanas transcurrían bajo el intenso aguacero, desgranando, gota a gota, el paso inexorable de las horas…
Llovió tanto que el gran río Yang-Tse llegó a desbordarse, inundando como un mar todas las comarcas vecinas.
Solo quedaban sobre el nivel de las aguas, algunas colinas bajas y aisladas, que formaban pequeños remansos, entre el turbulento correr de las aguas…
Pronto también aquellos pequeños promontorios quedarían anegados y todos los seres vivientes en esos refugios se ahogarían.
En una de esas pequeñas islas, rodeadas por un mar de aguas marrones y lodosas, había quedado atrapado un alacrán…
De repente, el alacrán vio a una rana nadando alegremente en el agua.
Entonces el alacrán le dijo:
- Oye, rana, llévame sobre tu lomo hasta tierra firme… Si no me salvas, moriré ahogado…
La rana miró al alacrán, dubitativa, y le contestó:
- No… no puedo llevarte, porque si subes sobre mi lomo me picarás y moriré…
- Anda, rana… ¡Sálvame! Prometo formalmente no picarte con mi aguijón…
La rana asomó la verde cabeza fuera del agua y dijo:
- No, no me fío de ti… Me picarás… Eres un alacrán…
- ¡No! -respondió el alacrán- ¡No te picaré! ¡Lo juro! ¡Anda, sálvame! Y puedes tener mi palabra de honor de que no te picaré…
- Está bien -dijo la rana-. Acepto tu palabra, pero lo haré con esa condición.
Y así fue como el alacrán montó sobre el lomo de la rana y ambos se dirigieron nadando hacia la salvación…
La rana vigorosa daba amplias brazadas sobre la superficie espejada del agua. Sus fuertes patas traseras impulsaban a ambos en dirección de las tierras altas, dejando una estela de espuma ondulante.
Estuvieron nadando varias horas, hasta que ya se empezaba a divisar sobre el brumoso horizonte la oscura línea que anunciaba las verdes colinas de Lushan, aquellas donde el agua ya no podía llegar y que serían la salvación del alacrán.
Y así, iban bogando, a través de aquel inmenso piélago interior, cuando de repente la rana sintió un fuerte dolor en la nuca..
Era un dolor agudo, lacerante, adormecedor…
Enseguida, comenzó a estremecerse…
El veneno corría raudo a través de sus venas, paralizando los miembros y obnubilando los sentidos…
La rana se dio cuenta de que el aguijón del alacrán había penetrado en sus carnes, inyectando el letal veneno…
Ya, en el último instante de lucidez, alcanzó a musitar:
- Alacrán… ¿Por qué me has picado? La tierra firme aún está muy lejos, ahora moriremos los dos…
Y mientras ambos se hundían en el agua, irremisiblemente, el alacrán alcanzó a decir:
-Perdóname… No pude evitarlo… Soy un alacrán.
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