No sabes, ingrato,
lo que es una madre,
cuando no la sientes, cuando no la lloras
con gotas de sangre.
¿No ves en mis ojos
lágrimas constantes?
¿No ves los suspiros que exhala mi pecho
y escalan los aires?
Son tristes memorias
de añejos pesares,
son ecos de penas que nunca se acaban,
que siempre renacen.
Es sólo el recuerdo
que deja una madre,
volando del mundo, tendiendo a la altura
sus alas de ángel.
¡Qué triste sin ella
mis horas se hacen!
¡Sin ella mi casa parece un sepulcro
en medio del valle!
El cielo, cubierto
de oscuros celajes,
parece que sufre, que llora mis penas,
cada vez más grandes.
¡Hasta el arroyuelo
que entre flores nace
las verdes orillas con tintes oscuros
copia en sus cristales!
Los bosques murmuran
plegarias y ayes;
sombras de crepúsculos los montes escalan.
¡No cantan las aves!
Y al llegar la noche,
y al morir la tarde,
entre aquellas sombras que bajan del cielo,
yo miro su imagen.
Su imagen, que llega
callada, flotante,
rozando mi frente, besando mis labios
con besos suaves.
... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ... ...
¡Madre!¡Madre mía!
¡Tu nombre, que atrae,
parece una nota de célicas arpas
que pulsan los ángeles!
Ritmos que modulan
florestas y valles,
alados suspiros que elevan las olas
de rizados mares.
No curan los años,
ni el tiempo mudable,
heridas profundas que penas tan fieras
en el pecho abren.
De eternas raíces
son estos pesares,
que sin estaciones retoñan y crecen
fuertes y constantes.
¡Madre, si a tu cielo
llegan mis cantares,
si llega este llanto que riegan las flores
que en tu fosa nacen,
mira cómo siempre
te recuerdo amante,
que, aun muerta, palpitas dentro de mi alma
y no sé olvidarte!
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