domingo, 15 de julio de 2018

LA PASTORCILLA

Una pobre pastorcilla que guardaba ganado amaba tanto a la Virgen María que todas sus delicias eran el irse a una capillita de Nuestra Señora que estaba en el monte y retirarse allí, mientras apacentaban las ovejas, a hablar y honrar a su amada Madre. Viendo sin adorno aquella imagen de María, que era de relieve, emprendió hacerle un manto con sus pobres fatigas. Habiendo recogido un día algunas flores del campo, compuso una guirnalda, y subiendo sobre el altar se la puso en la cabeza a la imagen, diciendo: 
- Madre mía, quisiera poneros sobre la frente una corona de oro y perlas, mas porque soy pobre recibid esta pobre corona de flores, y aceptadla en señal del amor que os tengo
Con estos y otros obsequios procuraba siempre esta devota doncellita servir y honrar a su amada Señora. Pero veamos ahora cómo la buena Madre remuneró en correspondencia las visitas y el afecto de esta su hija.
Cayó enferma, y llegando la hora de su muerte, sucedió que dos religiosos, pasando por aquellos parajes, fatigados del camino se echaron a descansar bajo un árbol: uno de ellos dormía, el otro velaba; pero entrambos tuvieron la misma visión. Vieron una comitiva de doncellas hermosísimas, y entre ellas una que excedía a todas en belleza y majestad. A esta le preguntó uno de los religiosos: 
- Señora, ¿quién sois Vos? y ¿a dónde vais por estos caminos?
- Yo soy la Madre de Dios, que con estas santas vírgenes voy a visitar en esta aldea vecina a una pastorcilla moribunda que muchas veces me ha visitado. 
Así dijo y desapareció. Los dos siervos de Dios dijeron entonces:
- Vamos a verla también nosotros
Se pusieron en camino, y hallando el lugar donde estaba la doncella moribunda entraron en una pequeña choza y la hallaron echada sobre una poca paja. La saludaron y ella les dijo:
- Hermanos, rogad a Dios que os haga ver la compañía que me asiste.
Se arrodillaron luego y vieron a María que, puesta a la cabecera de la moribunda con una corona en la mano, la consolaba. Luego aquellas santas vírgenes empezaron a cantar, y al compás de aquel dulce canto se desprendió del cuerpo aquella bendita alma. María le puso la corona en la cabeza, y recibiendo en sus manos el alma se la llevó consigo al cielo.

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