Oh Madre mía santísima, veo las gracias que me habéis alcanzado y veo mi ingratitud para con Vos. El ingrato no merece ya más beneficios, mas no por esto quiero desconfiar de vuestra misericordia, la cual es mayor que mi ingratitud.
¡Oh mi gran Abogada, tened piedad de mí! Vos sois la dispensadora de todas las gracias que concede Dios a nosotros, miserables desterrados, y para esto Él os ha hecho tan poderosa, tan rica y tan benigna, para que nos socorrieseis en nuestras miserias.
¡Ah Madre de misericordia! no me dejéis en mi indigencia. Abogada sois de los reos más míseros y abandonados que a Vos recurren; defendedme también a mí, que a Vos me encomiendo. No me digáis que mi causa es difícil de ser ganada, cuando se ganan todas las causas más desesperadas si Vos sois su defensora.
En vuestra mano, pues, pongo mi eterna salud; a Vos confío mi alma, que era perdida, y Vos con vuestra intercesión la habéis de salvar.
Inscrito quiero ser en el número de vuestros especiales siervos, no me desechéis. Buscando vais los miserables para darles alivio, no abandonéis a un pobre pecador que recurre a Vos. Hablad por mí: vuestro Hijo hace cuanto le pedís.
Tomadme bajo vuestra protección soberana, y esto me basta; sí, porque si Vos me protegéis, yo nada temo: no de mis pecados, porque Vos me alcanzaréis el remedio del daño que yo mismo me he ocasionado; no de los demonios, porque Vos sois más poderosa que todo el infierno junto; no de Jesús mi propio Juez, porque con una súplica vuestra aplaca su justa indignación. Solo temo que yo por mi negligencia deje de encomendarme a Vos, y así estaré perdido.
Madre mía, alcanzadme el perdón de todos mis pecados, el amor de Jesús, la santa perseverancia, una buena muerte y finalmente el paraíso, y en especial alcanzadme la gracia de encomendarme siempre a Vos.
Verdad es que estas gracias son dones harto grandes para mí que no los merezco; mas no son grandes en demasía para Vos, que sois de Dios tan amada, que al punto os concede todo cuanto le pedís. Basta que Vos despleguéis vuestros labios, para Él no negar jamás.
Rogad, pues, a Jesús por mí; decidle que sois mi protectora, y no dejará de tener piedad de mí.
Madre mía, en Vos confío, en esta esperanza reposo y vivo, y con ella quiero morir. Amén.
JACULATORIA: Viva siempre Jesús nuestro amor, y María nuestra esperanza.
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