Se cuenta en la vida de la beata sor Catalina de San Agustín que en el lugar donde estaba esta sierva del Señor había una mujer llamada María, la cual en su juventud fue pecadora, y aun habiendo llegado después a la vejez proseguía obstinadamente en ser perversa; de modo que desechada de los ciudadanos y desterrada a vivir en una cueva fuera de su país, allí murió podrida, desamparada de todos y sin Sacramentos. Y por eso fue enterrada en el campo como una bestia.
Sor Catalina, que solía con gran afecto encomendar a Dios todas las almas que pasaban a la otra vida, después de haber sabido la desgraciada muerte de esta pobre vieja realmente no pensó en rogar por ella teniéndola, como ya la tenían todos, por condenada.
Después de cuatro años he aquí que un día se le presentó delante un alma del purgatorio que le dijo:
- Sor Catalina, ¡qué suerte tan triste es la mía! Tú encomiendas a Dios las almas de todos los que mueren, ¿y solamente de mi alma no has tenido piedad?
- Y ¿quién eres? -preguntó la sierva de Dios.
- Yo soy -respondió- aquella pobre María que murió en una gruta.
- ¿Cómo, tú te has salvado? -replicó sor Catalina.
- Sí, me he salvado por la misericordia de la Virgen María.
- ¿Y cómo?
- Cuando yo me vi cercana al punto de la muerte, considerándome tan llena de pecados y desamparada de todos, me volví a la Madre de Dios y le dije: Señora, Vos sois el refugio de los desamparados; heme aquí en esta hora desamparada de todos. Vos sois mi única esperanza; Vos sola me podéis ayudar, tened piedad de mí. La Virgen santísima me alcanzó entonces en un acto de contrición, morí y me salvé. Y aun mi Reina me ha alcanzado la gracia de que se abreviase mi pena, haciéndome padecer intensamente lo que debía purgar en muchos años: solo me faltan algunas misas para librarme del purgatorio; te ruego me las hagas decir, que yo te prometo rogar siempre por ti a Dios y a María santísima.
Sor Catalina hizo luego celebrar las misas, y he aquí que a los pocos días se le volvió a aparecer aquella alma más resplandeciente que el sol, y le dijo:
- Te doy las gracias, Catalina; mira que ya me voy al cielo a cantar las misericordias de mi Dios y a rogar por ti.
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