domingo, 7 de agosto de 2022

MARTIRIO DE LOS BEATOS AGATÁNGELO DE VENDÔME Y CASIANO DE NANTES


En la ciudad de Gondar, en Etiopía, beatos Agatángelo (Francisco) Nourry de Vincennes y Casiano (Gonzalo) Vaz López-Netto de Nantes, presbíteros de la Orden de los Hermanos Menores Capuchinos y mártires, que durante su misión en Siria, Egipto y Etiopía buscaron reconciliar con la Iglesia católica a los cristianos separados, y finalmente, por orden del rey de Etiopía, fueron atados a árboles con su propio cordón religioso y lapidados hasta la muerte.

En 1637, se había proyectado la fundación de una misión capuchina en Etiopía, y el P. Agatángelo y el P. Casiano habían estado en espera de la orden de partir a ella. El P. Casiano estaba destinado desde hacía varios años a Etiopía. Con miras a ello, había aprendido en El Cairo el amharic, que era el principal idioma de Etiopía. Ambos misioneros sabían perfectamente el peligro al que se exponían, debido a los recientes sucesos políticos y religiosos en Abisinia y fraguaron un plan para evitarlo: lo que no sabían era que cierto médico luterano alemán, Pedro Heyling, muy hostil a los católicos, estaba de cidido a perderlos. Así pues, cuando los misioneros llegaron a Dibarua, en las cercanías de Suakin, a principios del verano de 1638, fueron arrestados y conducidos a pie a Gondar.

Al día siguiente de su llegada, comparecieron, encadenados, enlodados y con el hábito desgarrado, ante el rey Basílides y toda la corte. El beato Casiano respondió así a las preguntas del monarca: «Somos religiosos católicos, originarios de Francia. Hemos venido a invitaros a la reconciliación con la Iglesia católica. El patriarca Marcos ha recibido una carta del patriarca de Alejandría y nos conoce bien. Quisiéramos hablar con él». Marcos, el nuevo primado de la Iglesia de Etiopía, había sido amigo del P. Agatángelo en El Cairo. Pero el Dr. Heyling se había encargado ya de cambiarle las ideas, y el primado se negó a recibir a los misioneros. «Es verdad que yo conocí a Agatángelo en Egipto -dijo-, pero es un demonio, un hombre muy peligroso. Después de haber tratado de convertir a los egipcios a su religión, viene ahora a hacer lo propio con nuestro pueblo. No quiero verle y os aconsejo que condenéis a ambos a la horca». Un mahometano fue a discutir el asunto con el primado, pero éste no hizo más que repetir, con mayor violencia, su declaración previa. Basílides se inclinaba a desterrar a los misioneros, pero Heyling, Marcos y la madre del rey, hicieron que la chusma exigiese la pena de muerte. Los misioneros fueron condenados, en vista de que se negaron a abjurar de la fe católica y a abrazar la doctrina monofisita.Al llegar a los árboles en que los iban a colgar, hubo cierta dilación. El P. Casiano increpó a los verdugos: «¿Qué esperáis? Estamos prontos a morir». Los verdugos respondieron: «Hay que esperar a que lleguen las cuerdas». «¿Acaso no estamos atados con cuerdas?», replicó el misionero. Así pues, los mártires fueron ahorcados con sus propios cíngulos. Los cordones eran ásperos, y el nudo corredizo no se deslizaba con rapidez. Fue entonces cuando una piedra puntiaguda, por orden del arzobispo, cayó sobre los dos condenados colgados. Una piedra, más aguda que las demás, hizo saltar el globo de un ojo al padre Agatángel, y otras muchas hirieron de muerte a los dos cuerpos desnudos. No tardó en llegar la muerte. Un montón de piedras arrojadas por la chusma cubrió los cuerpos sin vida.

Sobre la macabra escena descendió el silencio fúnebre con que suelen concluir las manifestaciones incontroladas de la masa enfurecida. Era el silencio de una noche africana profunda, cuando sólo se perciben las voces de la naturaleza y las del espíritu. Se había realizado un sacrificio, aparentemente sin valor e inútil. Sangre humana había regado una vez más la tierra quemada. Semilla misteriosa de esperanza y de luz. Era el 7 de agosto de 1638. El beato Agatángelo tenía cuarenta años; el beato Casiano, treinta. Se cuenta que los cadáveres brillaron con una luz misteriosa durante tres noches consecutivas. Basílides, aterrorizado, ordenó que se les diese sepultura, pero unos católicos escondieron los cuerpos y, hasta la fecha, ignoramos dónde los depositaron. En 1905 Pío X beatificó a Agatángelo de Vendóme, uno de los más notables misioneros del siglo XVII, y a su fiel compañero, Casiano de Nantes.

 


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